viernes, 1 de noviembre de 2019

Este blog necesita más viajes en tren...

Salida de Chamartín estrenando horario: nueve y cuarto; más que suficiente como para que ya sea de día, así que nada más sacarlo de la mochila digo adiós al libro que traigo para leer y echo la vista fuera. Sol arriba primero, y abajo el Pardo: verde gris del encinar, verde hierba de la hierba, y arroyos amarillos de chopos culebreando de un lado a otro. Vertedero de Colmenar, más otoño: cuando subí en agosto la última vez estaba lleno de milanos negros, y hoy en cambio de milanos reales. Túnel de San Pedro, y al otro lado ya se ha ido el sol: las nubes desbordan a borbotones de la Meseta sobre la Pedriza; el eje de la Sierra ya ni se ve. Túnel de Guadarrama, al salir el tren espanta a un grupo de grajillas segovianas. Atrás quedan pronto los escasos pinares, y empieza la colcha castellana verde y marrón. Por los rastrojos, unos buscan setas de cardo, otros buscan liebres: uno a caballo, y dos a sus lados con los galgos tirando ansiosos de las traíllas. Y desde lo alto de casi cada poste, los ratoneros buscan topillos. Y el cielo se oscurece de tanto milano como hay. Embalse de Ricobayo, bastante lleno; móviles que se sacan deprisa, pero no lo suficiente, al ver los bonitos acantilados cuarcíticos. El Esla marca una frontera dura entre el cereal y el monte, y al otro lado del puente un gran hato de vacas sanabresas baja hacia la orilla entre las jaras. Empieza a llover: gotitas finas al principio, que se estrellan con pinta de aguanieve, y otras más gordas a medida que escalamos hacia Puebla de Sanabria. Empiezan a perseguirse unas a otras a lo largo del vidrio: al Durell niño le parecían renacuajos, al Antón adulto espermatozoides de esos de documental. Nos metemos entre las cuestas pinas del Padornelo; el verde vivo y lavado de las uces brotadas no hace mucho casi tapa ya el negro del penúltimo incendio. Empiezan a aparecer aldeas: ¿por qué tienen que ser tan feas, tan desiguales, con lo armónicos que eran los pueblos de Las Merindades del fin de semana pasado? Carballos, somieres y excavadoras del AVE; pasamos puntuales frente a la estación donde echaron los dientes mis hermanos, y descendiendo poquito a poquito, estamos de repente sobre el Miño, y de pie en el andén. Y a casa a comer.