viernes, 11 de diciembre de 2020

Un personaje desagradable, un libro con potencial (libros de 2020, 13/13)


 En casa no suelen regalarme libros; de una imagino que creen que tengo demasiados, y de otra supongo que porque no sabrían ni qué libro técnico (de naturaleza mayormente, me refiero) me podría interesar, ni qué tipo de obra de ficción gustarme. Me ha sorprendido por eso que este año mi segunda hermana me regalase dos: con el de Navidad acertó; con este de mi cumpleaños (La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, Anagrama, 54 edición; en traducción de J.M. Álvarez Florez y Ángela Pérez)... bueno. A medias. Veamos primero, someramente, de qué va: el protagonista es un hombre joven culto y trastornado, que siente un asco profundo por la sociedad que lo rodea y que se dedica a intentar explicar a quien no le quede más remedio que oírle (o si no, a escribirlo en sus diarios) cómo deberían cambiar las cosas para que el mundo tuviese un atisbo de esperanza. Por un descalabro financiero se ve obligado a dejar su cuarto y ponerse a trabajar, lo que irá extendiendo los efectos de sus locuras por una Nueva Orleans de los años 60 en la que historias aparentemente inconexas de personajes también bastante estrafalarios acaban convergiendo en un clímax final.
Los personajes están bien construidos, lo suficiente como para poder sentir una profunda empatía o rechazo por ellos. Personalmente el protagonista me produce más de lo segundo, hasta llegar a la repugnancia, y suelo ponerme de parte de quienes tienen la desgracia de cruzarse con él; por lo demás sus peripecias son tan inverosímiles que me enfadan: cuando una obra, sin manifestarlo abiertamente desde el principio, coquetea demasiado entre una "ficción realista" y una "irreal" empieza a dejar de convencerme. Y sin embargo me he reído bastante por veces (más con las historias paralelas de los personajes secundarios, la verdad). La obra se me da un aire a las novelas juveniles de Waugh (esto puede que le diga muy poco a mucha gente, pero a mí se me antoja una descripción adecuada), y me pregunto si habría llegado a alcanzar la fama de que goza hoy en día (en Estados Unidos al menos) de no ser por el malditismo y avatares que rodearon a su malogrado autor y a la publicación de esta obra. Al mismo tiempo, reconozco que (una vez hecho famoso por estas circunstancias) es un libro que por su excentricidad tiene un gran potencial para congregar a su alrededor un gran puñado, no diré de devotos, sino de frikis, como puedan serlo en España los "amanecistas". Y de ahí a considerarlo una de las mejores novelas del S. XX va un trecho; uno que en todo caso no habla bien del libro, sino mal del jurado... pero bueno, qué sabré yo.

jueves, 12 de noviembre de 2020

"¡Cultivos del mundo, uníos!" (libros de 2020, 12/x)

 


¡Cuánto me ha gustado este libro, y qué simple, y a la vez difícil, se me antoja explicar de qué va! Seguramente lo más sencillo sea empezar explicando quién fue y qué hizo su autor: Nikolái I. Vavílov. Vavílov (1887-1943), agrónomo ru-so-viético, fue ante todo un científico enormemente perspicaz y con gran capacidad de trabajo. En una época en que la Humanidad bullía de nuevo con vigor juvenil, época de revoluciones políticas, grandes avances científicos y técnicos, y ansias occidentales por terminar de explorar y colonizar el mundo; Vavílov, contagiado de ese espíritu de querer lograr grandes hazañas, abrazó una causa noble: descubrir, catalogar y entender la diversidad de plantas cultivadas para hacer posible que en cada región se pudieran cultivar las mejores variedades, optimizando así el rendimiento de cultivos de alimentos e industriales. De forma muy inteligente, Vavílov supo incorporar a la agronomía los conocimientos de la genética moderna, (que empezaba a desarrollarse por aquella época) para entender el fundamento biológico tras la selección de caracteres por parte de los agricultores que había dado lugar a la diversidad existente de plantas cultivadas, y que permitiría seguir desarrollando nuevas variedades. Vavílov, internacionalmente reconocido como gran investigador y buena persona, políglota y de vasta cultura, viajó por todo el mundo identificando y recogiendo muestras de plantas cultivadas que estudiar de vuelta en Rusia; aunque puso mayor empeño en el estudio de los cereales, se dedicó en realidad a todo tipo de cultivos. Fruto de esos viajes fue su herencia científica más notable, la descripción de los centros de origen de las plantas cultivadas: regiones donde ciertas especies se domesticaron por vez primera y donde cabe hallar mayor diversidad de formas cultivadas, y donde es conveniente buscar y rescatar variedades de cultivos adaptadas a condiciones especiales que emplear en otras regiones del mundo. Sus estudios permitieron también describir el mimetismo vaviloviano: proceso de selección "natural-humana" por el que algunas especies silvestres se van asemejando a los cultivos entre los que crecen.
Vavílov sufrió las consecuencias de ser el tipo de persona equivocado para el tiempo y el régimen en que vivió. Idealista y apasionado de la ciencia y de su trabajo por encima de todo lo demás, sus ansias de viajar y de relacionarse con científicos de todas partes se vieron primero fuertemente limitadas a medida que el nuevo régimen soviético iba despertando recelos por el mundo, y fueron en último término la causa de su fin: en medio del estalinismo más paranoico previo a y contemporáneo con la IIGM, sus viajes y contactos con personas de países enemigos fueron vistos cada vez con más recelo. Paralelamente, uno de sus antiguos colaboradores desarrolló una pseudociencia agrícola que, mezclando lamarckismo (más fácil de entender de aquellas que la selección darwiniana) con ideas marxistas, prometió al régimen avances y resultados mayores que los que Vavílov y sus ciencias "burguesas" estaban ofreciendo. La dolorosa consecuencia fue que tanto él como buena parte de los trabajadores de su equipo fueron purgados, y sus proyectos desmantelados. Vavílov murió encarcelado, prácticamente de hambre, en medio de la guerra.

Cinco continentes es su propia crónica de sus viajes por, literalmente, cinco continentes (considerando como dos América del Norte y del Sur, y obviando Oceanía, donde apenas sí se han domesticado cultivos) a la búsqueda de plantas cultivadas, principalmente cereales; en un periodo que abarca desde viajes por un Cáucaso en plena IGM en 1916, en una Rusia todavía zarista, hasta su participación en el VI Congreso Mundial de Genética en Nueva York en 1932. El manuscrito como tal, dictado a una taquígrafa, no llegó a ser publicado, y fue ocultado por esta durante la caída en desgracia de Vavílov. Vio posteriormente la luz en 1962 por vez primera, tras la rehabilitación de Vavílov como héroe de la ciencia soviética, pero se conservaba ya apenas la mitad del mismo. Esto explica el trato aparentemente desigual dado en el texto a las regiones visitadas, que detalla mucho los viajes por algunas regiones y apenas menciona otras igualmente interesantes. La narración resulta sin embargo muy interesante: ciertas secciones, como los viajes en los años 20 por Asia central, son prácticamente relatos de aventuras; y en todo caso se hace muy ameno ver a través de los ojos de un personaje tan peculiar el mundo de entreguerras. Se nota perfectamente cómo algunas regiones le resultan especialmente cautivadoras: Japón, por ejemplo, o sus primeras visitas a una selva tropical, en Brasil; y barriendo un poco para casa, su viaje por España en 1927, en el que se le ve encantado con Madrid y los científicos que le reciben, ilusionado al recorrer los paisajes cervantinos (se nota que conoce y disfrutó con las andanzas de Don Quijote), y emocionado por ejemplo al descubrir en las montañas de los Ancares y de Asturias variedades de avena y trigo desconocidas u olvidadas en el resto del mundo.
La edición que acabo de terminar de leer (en traducción de Maila Lema y Marta Sánchez-Nieves para Libros del Jata, 2015) incluye las partes que se conservan del manuscrito original y varios añadidos curiosos. Por una parte un prólogo de una científica rusa poniendo en contexto la vida y obra de Vavílov, y un epílogo a cargo de su hijo explicando la condena y posterior rehabilitación del trabajo de su padre. A mayores incluye tres anexos: una colección de fotografías originales de los viajes del científico, un texto sobre la genética de las distintas especies y variedades de trigos cultivados (un tema tan interesante como complejo; este anexo se queda bastante justo), y una amplia relación de breves biografías de los científicos y otras personalidades mencionados en el texto; a mayores de abundantes notas al texto original. Un libro con una temática tal vez un tanto particular, pero con el que he disfrutado mucho, la verdad.

martes, 13 de octubre de 2020

Así también lleno yo mil páginas... (libros de 2020, 11/x)



Al empezar a escribir estas tontas reseñas de los libros que estoy leyendo este año lo hice más por obligarme a seguir escribiendo que porque me apeteciese, pero visto cómo nos ha salido 2020, de confinamiento en confinamiento, al final poco estoy haciendo de provecho más que leer...

Mil páginas ... o casi 900, para ser exactos. Estoy contento: hacía bastante tiempo que no me leía un libro "gordo de verdad" y, para el poco tiempo que le dedico cada día, tampoco he tardado tanto en terminarlo. Los Buddenbrook (de Thomas Mann, 1901, en traducción de -como bien pone en la portada- Isabel García Adánez para Edhasa, 1º edición de 2008, 9ª reimpresión de 2019) es otro de esos libros que, sin que yo sepa muy bien por qué, e intuyo que un poco como el que hace uso de un catador para evitar envenenamientos, mi hermano hace que me lea yo antes de hacerlo él... pues nada. Se lo agradezco por lo demás, que no lo habría cogido de primeras y ha estado entretenido. Esta novela, que aparentemente bebe en buena medida de los recuerdos familiares del autor, discurre en la ciudad hanseática de Lubeca (hoy parte de Alemania, en buena parte de la novela ciudad-estado libre) entre los años 30 y 70 del S. XIX, y narra la saga de una familia de comerciantes; o por ser más precisos la "decadencia de una familia", como reza el subtítulo del libro. Una familia que decae, sí, pero en la que en realidad no sucede nada más que la propia vida: éxitos y fracasos comerciales y matrimoniales, nacimientos y enfermedades, básicamente; tiene gracia que el autor se las apañe para llenar tantas y tantas páginas de "nada", a base de descripciones interminables de los platos de una cena o de una jornada escolar, por ejemplo, y del día a día de una pequeña ciudad (con su contexto histórico particular, y curioso a nuestros ojos, pero bueno...). Supongo que es un poco la moraleja que se le puede sacar: que todas nuestras anodinas historias personales, bien contadas, darían para una novela de Nobel. O igual no, qué sé yo...

martes, 8 de septiembre de 2020

Darwin es mainstream (libros de 2020, 10/x)


 Lo reconozco: soy de esas personas (envidiosos, creo que se nos puede llamar) que, cuando algo o alguien se hace popular, lo miran con un cierto desdén; por mucho que en realidad esa persona o cosa sea realmente buena, o incluso nos guste... Por el ámbito en el que me muevo, hay un fandom con el que me cruzo a menudo y que me resulta bastante pesado, que es el de Darwin. Y sí, ya lo sé: la publicación del Origen en 1859 dio comienzo a una revolución radical de la forma en que vemos el mundo. Reconocer la existencia de los procesos evolutivos y entender su funcionamiento perfunde hoy toda la biología (desde el estudio de las moléculas hasta el de ecosistemas enteros), y más allá; y todo esto nace de la perspicacia del amigo Darwin... ya, ya lo sé: no le quito un ápice ni de mérito ni de relevancia, pero tampoco necesito que me lo recordéis a todas horas (porque tengo esa tara; en realidad no es culpa vuestra). Cada vez que en un artículo leo un "ever since Darwin blablabla (1859)" totalmente innecesario frunzo el ceño, al igual que cuando os veo con un I think... y un arbolito tatuados, o que os escucho cambiar un "gracias a Dios" por un "gracias a Darwin". Me tenéis frito. Y hacéis que se me hayan quitado las ganas de leer cualquiera de sus obras.

... Y sin embargo, Darwin en sí me cae muy bien; lo recordaba releyendo estos días un libro que no cogía en casa desde que era un crío pequeño. Darwin. La expedición en el Beagle (1831-1836) (de Alan Moorehead, 1969; en traducción de Manuel Crespo para el Círculo de Lectores, 1980) es un librillo que, basándose en la propia crónica de Darwin, narra el viaje del científico alrededor del mundo como naturalista de a bordo del Beagle, en una misión cuyo principal cometido fue en realidad realizar una cartografía detallada de las costa del Cono Sur (por comparación el resto del mundo apenas ocupó espacio de viaje, ni lo ocupa en el libro). Es prácticamente un libro de aventuras y de curiosidades, escrito en un estilo simple, casi como para jóvenes; y al que al leerlo ahora se le nota el medio siglo en la falta de revisionismo histórico. Pero es un libro que de chaval me había encantado, antes de que "me estropeaseis" la figura de Darwin; y que al releerlo ahora me lo ha vuelto a salvar. Espero que me dure el estar de buenas.

sábado, 5 de septiembre de 2020

Historietas emplumadas (libros de 2020, 9/x)


 Como no contaba con salir demasiado al monte durante las pasadas vacaciones en la aldea, aproveché para leer relatos sobre las aventuras campestres de otras personas, que es un estilo de libro que me gusta mucho: entre pajareros, uno puede fácilmente identificar y sentirse identificado con las historias de los demás, desde los días catastróficos en que uno no consigue nada de lo que se había propuesto hasta esos otros maravillosos, en que uno consigue ver lo que casi ni se hubiera atrevido a soñar... Pero hay libros y libros, claro. Y aunque dentro de este estilo he disfrutado muchísimo con algunos, Featherings: true stories in search of birds (Jacana eds. 2017, editado por Vernon RL Head) no es del todo uno de ellos. ¿El problema? Que la calidad individual (tanto literaria como temática) de las historias recopiladas en este librito es muy, muy variable entre autores; y en concreto me mosquea que, si bien tocan en general a historia por autor, el editor nos ha colado cuatro de su puño y letra, que se me hicieron sin duda las más pesadas de leer. El libro además se abre a una ventanita muy reducida: las experiencias naturalísticas de los pajareros sudafricanos, un mundo no solo muy blanco (de entre los veintipico autores solo uno es negro) y de gente con un nivel adquisitivo relativamente alto, sino además muy centrado en torno a Ciudad del Cabo; lo que se traduce entre otras cosas en que varios de los autores aparecen en las historias de los demás. Y no solo es un libro escrito por ellos, sino para ellos, pues abunda en localismos que nadie hace apenas esfuerzos por explicar al foráneo... Pero bueno, varias de las historias sí me resultaron en esta relectura muy entretenidas; y además es un libro al que tengo cariño por ser un regalo que me trajo Adriaan el fin de semana que se quedó en casa. A ver si en algún momento puedo viajar de nuevo allá y devolverle la visita...

jueves, 6 de agosto de 2020

Una montaña en medio de ninguna parte (libros de 2020, 8/x)


No he tardado tanto como parece en terminar este octavo libro de 2020, a la vista del tiempo que hace que escribí la reseña del séptimo; lo que sí he tardado es en escribir esta entrada, que no es lo mismo: se me han juntado el fin del máster y la defensa, unos cuantos días de vacaciones por Galicia y otros tantos de vaguear por aquí y... bueno, la vida. La suerte es que, en realidad, la entrada de hoy ya la tenía escrita, pues me gustó tanto este libro la primera vez que lo leí que ya decidí en su día dedicarle unas líneas. En Ascension: the story of a South Atlantic island (Merlin Unwind Books. 2016. 1ª ed.), Duff Hart-Davis, escritor especializado en ensayos de historia y viajes naturalísticos, relata los avatares de la isla de Ascensión, desde su descubrimiento en 1501 (y repudio prácticamente inmediato, pues a ninguna nación parecía interesar ese montón de áridos conos volcánicos en medio del Atlántico) hasta la actualidad, en que lleva poco más de dos siglos bajo dominio británico; periodo que ha modificado sustancialmente su aspecto original. Una historia de lo más entretenida y que se lee de corrido, sobre todo si, como yo, sientes fascinación por estas islas remotas que parecen regirse por reglas que parecen absurdas sacadas de contexto (para empezar la isla fue legalmente durante décadas un barco más de la armada británica, y gobernada como tal). Aquí os dejo mi reseña original, y mi deseo de visitar este lugar alguna vez os lo podéis imaginar...

domingo, 14 de junio de 2020

Negros y franceses (libros de 2020, 7/x)

El fin de semana pasado apareció mi hermano en casa con este librillo (Corazón que ríe, corazón que llora. Maryse Condé -traducción de Martha Asunción Alonso-. Impedimenta, 2019, 3ª ed.), y me lo echó para que lo leyese. Supongo que debió de escucharlo recomendar en algún podcast o algo así; se lo pregunté, porque es muy raro que compre libros, pero, en su línea, no soltó prenda... en fin.

El libro relata las memorias de infancia de Maryse Condé, escritora francesa galardonada en 2018 con el primer "Nobel alternativo de Literatura". La mujer, guadalupeña, es francesa de pleno derecho (Guadalupe es "tan Francia" como pueda serlo Borgoña o Bretaña; no tiene un estatus diferente del de otras Regiones). Pero también es negra, como tantos antillanos. Y además es, en su contexto, de buena familia burguesa: hija de funcionarios bien posicionados dentro de la administración francesa. Y, por último, es la menor y mimada de ocho hermanos. Todos estos rasgos se entremezclan de forma tan agradable que, como veis, no me ha durado mucho: capitulillos cortos e interesantes, letra grande... y un paisaje medianamente "conocido": pues sobre Guadalupe iba el artículo que conseguí sacar en mi año en Dijon; total, que me lo he leído con ganas. Si bien aborda desde la óptica infantil de la narradora el descubrimiento de las diferencias de clase o el racismo (significativo por ejemplo cómo sus padres, de vacaciones anuales en París, se indignan con los camareros que se sorprenden de "lo bien que hablan francés", reclamando que ellos son más y mejores franceses, cultivados y con mundo), el libro es sobre todo una colección de anécdotas de la vida de una niñita antillana bien en los años 50; un contexto muy particular y seguramente desaparecido, pero muy entretenido de leer.

martes, 9 de junio de 2020

El Kruger antes del Kruger (libros de 2020, 6/x)

He tardado en terminar la relectura de este libro; de una porque es gordito y no está en el inglés más fácil de la historia, y de otra porque curiosamente en esta cuarentena estoy sacando menos tiempo para leer del que solía, al entretenerme mucho más con el ordenador... bueno, o no tan curiosamente, teniendo en cuenta que vengo de un periodo de un año en que cada día caía más de una hora de metro y cercanías...

Al lío. Tras mi primera visita al Kruger, hará pronto tres años, quedé enamorado del ambiente de la zona, y a mayores de muchas más guías de naturaleza sudafricana de las necesarias, me compré también tres libros más histórico-novelados sobre la zona. Dos de ellos (South African Eden y Memories of a Game Ranger) los releí ya el año pasado: son libros de memorias de respectivamente el primer director y uno de los primeros guardas del Parque Nacional, y cuentan historias del Kruger a inicios del S. XX. El libro que nos ocupa (Jock of the Bushveld, de Sir James Percy FitzPatrick, publicado originalmente en 1907), y que me tuvo ocupado a lo largo de mayo, es también un libro de memorias, a la par que una de las obras clásicas de la literatura sudafricana, y se refiere a una etapa anterior: la Sudáfrica aún-no-Sudáfrica "de entreguerras" (de entreguerras Boers, quiero decir), en que la República de Transvaal estaba aún en un sí-pero-no en su relación con el Imperio Británico, y buena parte de las tierras entre esta zona y las cataratas Victoria no estaba aún bajo dominio colonial. En esta época, pues, el protagonista del libro nos cuenta sus memorias de juventud en relación con su perro, Jock, el que da nombre al libro. Es en este sentido una obra muy en línea con otras de la época de aventuras juveniles en tierras semisalvajes, tipo las de London o Twain. El protagonista se dedica al comercio y transporte de mercancías en carretas tiradas por largas yuntas de bueyes entre Delagoa Bay (ahora bahía de Maputo, en Mozambique) y las ciudades interiores de Barberton y Lydenburg, siguiendo una ruta que atraviesa la región del bushveld en lo que ahora es el Parque Nacional. El libro, que es sobre todo una historia de amistad entre el protagonista y su perro, aprovecha cada uno de esos recorridos para ir dando pinceladas no demasiado sistemáticas (y que por eso tampoco aburren) sobre los parajes que va atravesando la ruta, las gentes muy variadas que surgen en el camino (arrieros y comerciantes, buscadores de oro, nativos...) y sus costumbres, el oficio de guiar carretas y la fauna local; esta sobre todo a través de las muchas expediciones de caza que ambos protagonistas emprenden para buscar algo que echar al caldero cada vez que la caravana se detiene. Este contenido, que representa lo principal de la obra, se me hace entretenido y fácil de leer, y consigue bien que el lector se meta en las escenas y capte la esencia de los personajes descritos. Digo esto porque el libro tiene como un par de añadidos, una especie de primeros y últimos capítulos en que el escritor reflexiona de una forma más filosófica y "distante" sobre su yo del pasado que se me hacen terriblemente tediosos.
El libro, por lo demás, tiene también su potencial parte de polémica. Sin el autor tratar particularmente sobre las relaciones entre razas, el contexto al que hace referencia es el que es, y aunque hay personajes nativos con mucha importancia en la obra, esta desde luego está escrita desde la perspectiva del que ve su cultura británica como superior a la local, de forma que lo natural es que domine sobre ella. Es por esto que, más aún tras el fin del Apartheid, el libro ha sufrido mucho revisionismo, y hay varias ediciones circulando con cambios y recortes en el texto. La que leí yo (Colección Modern Classics de Penguin Books, 2007) sí respeta el texto original de la obra, pero en cambio no recoge las ilustraciones originales que daban mucha viveza a una obra publicada al principio como historias sueltas en un periódico.
Puede que desde la perspectiva actual este libro ya no se vea con los mismos buenos ojos de "historias de aventuras para niños" que lo hicieron tremendamente popular en sus orígenes, pero ciertamente ofrece un punto de vista de primera mano muy interesante (y estrecho y parcial, sí) sobre una región casi aún en plena fase de conquista, donde la épica poco tiene que envidiar a la de narraciones similares situadas en el salvaje Oeste.

domingo, 17 de mayo de 2020

Estreno de Durienses en YouTube

Durienses, un documental de Carlos Rodríguez sobre la fauna ictícola de la cuenca del Duero, lleva unos cuantos meses recorriendo salas pequeñas (podríais suponer que no era uno de los estrenos más sonados) y siendo exhibido en proyecciones organizadas por asociaciones medioambientales y similares. Y yo, que tenía muchas ganas de verlo pero no me había coincidido a mano ninguno de estos saraos, me puse muy contento al enterarme por Twitter de que la Confederación Hidrográfica del Duero, productora de la cinta, lo había subido ayer a YouTube, con lo que pude verlo por fin y darle ese gusto a mi yo ex-acuariófilo de disfrutar con las correrías subacuáticas de unos peces que para el ciudadano medio seguro que son mucho más desconocidos que los de un arrecife tropical.
El documental habla al principio del origen y peculiaridades del Duero y sus afluentes, cuyas cabeceras por la margen derecha se adentran en las montañas cantábricas y la región Eurosiberiana, y que en el resto de su recorrido sufren los rigores de fríos y sequías del Mediterráneo continental; factores todos ello que modelan la fauna de sus aguas. Aprovecha después las migraciones río arriba para desovar de cuatro especies de peces, escalonadas en el tiempo (las truchas aún en invierno, y después bogas, barbos y por fin calandinos) para poner en contexto los cambios del río a lo largo del año, y mencionar de paso otras especies.
Me ha gustado mucho, la verdad. Podría ponerle como pegas que el lenguaje en algunos momentos creo que a la vez se pasa de científico y se queda corto en explicaciones, y que no mencione más especies de peces también presentes en la cuenca (autóctonas o no), siquiera someramente; pero es visualmente muy bonito, con imágenes tanto bajo como sobre el agua de gran calidad, que cubren todo el recorrido del río, desde su nacimiento en el Urbión hasta que desaparece en Portugal por los Arribes salmantinos. Podría uno imaginarse perfectamente en tiempos a los osos castellanos pescando barbos en los rápidos de las cabeceras talmente como los del norte pescan salmones... y no os cuento más, para animaros a que lo veáis. Espero que os guste tanto como a mí.

jueves, 16 de abril de 2020

Elemental (libros de 2020, 5/x)

La cuchara menguante (de Sam Kean. 2010. 2ª Edición traducida de Ariel, 2012) es el otro libro que rescaté en Navidad de casa de mi hermana. Tengo un problema con mis libros: si recordáis, al irme en 2016 a Francia ni sabía cuándo iba a volver a vivir en España (cierto), ni suponía que iba a volver a vivir al piso de mi hermano (je...); y en todo caso supuse que debido a esto él buscaría otro piso más pequeño, por lo que para facilitarle la supuesta mudanza (que al final nunca se produjo) yo había almacenado todos mis libros, salvo los de "primera necesidad", en casa de Pepe. Y allí siguen, espero que todos bien, y me resulta difícil describir cuánto los echo de menos: todas las guías, los libros de divulgación y las novelas... y las ganas que tengo de volver a tener un hogar que yo sienta un poco como mío y algo más permanente (aunque notaréis los que me conocéis que, en realidad, llevo diez años diciendo que "no creo que siga mucho más en casa de mi hermano..."). En fin, que me enrollo; a donde quiero llegar es a que de vez en cuando me llevo la alegría de descubrir que tal o cual libro no estaba en casa de Pepe, sino en la de otra persona* que me ve, me lo devuelve, y vuelvo yo a disfrutarlo... Eso me pasó con el que hoy nos ocupa, que he tardado en leer más de lo que merece porque, paradójicamente, con la cuarentena echo menos rato leyendo al día, que pierdo el de la ida y vuelta en el Cercanías.

Es un libro que me gusta mucho: va desgranando, anécdota tras anécdota, la historia del descubrimiento y usos de todos los elementos químicos. En ocasiones lo hace contando cosas curiosas de la vida del que descubrió tal o cual elemento, otras a través de sus funciones biológicas o sus usos industriales o como venenos o medicinas... Un ejemplo típico de historia del libro sería la que le da título: el galio es un metal muy similar al aluminio, pero con un punto de fusión bastante bajo, de solo 30 ºC. Por lo que si uno forja una cucharilla de café de galio por hacer la broma y la usa... bueno, pues imagináis el resultado. Aunque no sea ni mucho menos imprescindible, creo que para sacarle pleno partido al libro hay que tener suficientemente fresca en la cabeza al menos la Química de 4º de ESO, pues cuando explica detalles de la estructura atómica y molecular, orbitales o enlaces, no lo hace con un nivel para neófitos absolutos; pero aún así cualquiera creo yo puede disfrutar de todas las curiosidades que cuenta. Muy buen libro, sin más, recomendable.


* Debería alguna vez hacerme un fichero de libros. Al menos antes de que empiece a comprármelos repetidos...

jueves, 5 de marzo de 2020

La caca saltarina

 Sucedió hará un cuarto de siglo, año arriba, año abajo; cuando miniAntón tenía la edad de mis alumnos de ahora. Cuando todavía íbamos en verano al apartamento de la playa y, desde allí, caminábamos con el carro de la compra hasta Portonovo. Junto a la plaza de abastos pasaba, presto a morir en el ya cercano mar, el rego de Fabaíños, de aquellas un arroyo bastante sucio, con cañas y zarzas a los lados (y que tal vez ya no exista, sepultado en asfalto; la verdad prefiero no saberlo). Y un día, enredando junto a mi madre al ir a comprar, se me abrieron los ojos como platos: una mierda de perro que había entre dos coches aparcados acababa de dar un salto... Me acerqué y la "mierda" siguió saltando peligrosamente hacia la calzada, así que le eché el guante enseguida: y enseguida estaba, acurrucado en el hueco de mi mano, plano y redondo como una galleta campurriana, mi primer sapillo pintojo ibérico Discoglossus galganoi, una criatura para la que todos los piropos del mundo se quedarían cortos... Lo acerqué al rego, saltó de mi mano al agua, y allá que se fue el último sapillo pintojo que vi en décadas*... Hasta esta misma tarde, esto es.

Una belleza muy mal fotografiada
Hasta esta misma tarde en que, ya anocheciendo y dando un paseo que no contaba con dar por el Parque del Oeste, me encontré con un par de individuos de la población de sapillos que sabía desde hace años que había en el arroyo del Parque, pero que jamás había conseguido ver, con lo que se estaban convirtiendo ya en una especie de criaturas mitológicas. Y la mezcla de sensaciones de "logro desbloqueado" con recuerdos de la niñez ha sido muy fuerte; me ha hecho muchísima ilusión verlos. La suficiente como para volver a escribir de naturaleza en el blog, que ya es decir... A ver si se repite pronto.


* En realidad son los terceros que veo (cosa que de todas maneras tiene delito, pues tampoco son tan raros en la Península): en 2013, en el transcurso de un viaje memorable a Tarifa en el puente de mayo, vimos muchos sapillos pintojos en la laguna de Espera. Lo que pasa es que de aquellas se consideraba a los sapillos del este y el sur peninsulares como miembros de una especie distinta, Discoglossus jeanneae, que hace pocos años ha pasado a ser considerada "solo" una subespecie del galganoi.

miércoles, 4 de marzo de 2020

La jungla urbana, y una ciudad en la jungla (libros de 2020, 4/x)

Este libro no me lo trajeron los Reyes, pero como si así fuera: llevaba tanto tiempo en poder de una de mis hermanas que yo ya había perdido la noción de dónde podría estar (me pasa con más de uno, ¡ay!, pero es que prestar libros me hace muy feliz...), y me llevé una alegría al encontrármelo en su casa en Navidad, pues tenía muchas ganas de releerlo. "Releerlo", porque ya he escrito más de una vez que casi más que empezar libros nuevos, me gusta volver sobre los que me han gustado; y no hay ninguno de Waugh que no lo haya hecho. Un puñado de polvo (en edición de RBA, 2009) es un ejemplo paradigmático de una de sus novelitas (uso el diminutivo a propósito, pero en absoluto con sentido peyorativo): una historia que transcurre mayormente entre fiestas de la alta sociedad londinense de entreguerras, una historia cuyos mimbres se van trenzando alternando los cotilleos del club y los viajes de fin de semana a la casa de campo. Muchos personajes, genialmente descritos por lo que se cuenta o se sugiere de ellos; los personajes paradigmáticos: las cabraslocas, los aprovechados, las señoras aburridas, los pasmados... que salen una y otra vez en sus novelas*. Las convenciones sociales que no entiendo, pero con las que disfruto un montón.... Y, como gran novedad, dos sucesos extraordinarios: una muerte y un viaje. Y hasta aquí puedo leer. La verdad es que no soy capaz de explicar por qué disfruto tantísimo leyendo las idas y venidas de unas gentes y un ambiente que no deberían decirme nada, pero la realidad es la que es. Y ojo, que me cuesta mucho recomendar a Waugh, porque sé que no suele entrar bien; pero por otro lado, cuando encuentro alguien afiliado a la misma religion, enseguida lo miro de otra manera (=mejor). Pues eso, que ojalá que os guste Waugh a todos...

*Waugh consigue una cosa curiosa, y creo yo que lo hace rematadamente bien: que es que si bien sus obras son perfectamente independientes y en modo alguno una serie, uno reconoce enseguida los personajes que se repiten, pero que lejos de aburrir le dejan a uno con las ganas de leer otro libro para saber más de ellos.

viernes, 21 de febrero de 2020

De las aves nunca se sabe bastante... (libros de 2020, 3/x)

Reconozco que, al desenvolver el tercer y último libro que me trajeron los Reyes, amagué un mohín muy fuera de lugar; y no solo porque a caballo etc. Lo que sucedió fue que, al leer el título, temí que fuese uno de esos libros demasiado divulgativos, que me dan tanta pereza como los documentales de la sabana africana: un libro que me repitiese un buen montón de cosas que ya sé sobre cómo vuelan o ven las aves. Pero estaba equivocado: de una porque tampoco es que yo sepa tanto de aves (o de leones, ya que estamos), así que no debería ir de sobradete; y de otra porque en realidad La sabiduría de las aves (Tim Birkhead, 2017, Libros del Jata) no va de eso*, y además ha resultado ser un libro genial, lleno de información muy interesante y muy bien redactado (y traducido, que es de agradecer). El título -The Wisdom of Birds- que tan confuso me resultó es en realidad un remedo de The Wisdom of God (entero, en pdf): el primer libro de ornitología moderna, publicado por el revdo. John Ray en 1717. Ray y su discípulo Willughby fueron los primeros en preparar una obra sobre aves basada no en lo que "se sabía": en compilaciones medievales que en gran parte eran refritos más o menos acertados o contaminados de lo escrito por Aristóteles y autores latinos; sino en la observación directa de las aves. Haciendo esto, se ocuparon por fin de ir resolviendo cuestiones tan básicas como variadas: desde el cómo y cuándo "entra" el polluelo en el huevo hasta si en verdad las aves migraban al sur en invierno o se enterraban en el fango de los lagos. Y a la vez que iban recopilando datos en su mayor parte correctos iban planteando preguntas "para futuras investigaciones" tremendamente perspicaces. Pues bien, Birkhead (a su vez un competente ornitólogo, que trabaja sobre todo con paternidad extra-pareja y competencia espermática en aves, y con la estructura de los huevos) aprovecha el tricentenario de la obra de Ray y todas esas preguntas sin respuesta en aquella época, y las va respondiendo desde una perspectiva histórica, escudriñando quién, cómo y cuándo fue descubriendo cómo se orientan las aves al migrar, o por qué cantan y defienden territorios, entre mil otras cuestiones. Es un libro que me ha enseñado y hecho disfrutar mucho, y que puedo recomendaros sin dudarlo.

*Parte de mi confusión se debió a que, en realidad, Birkhead sí ha escrito un libro de estos, también traducido al castellano: Los sentidos de las aves.

jueves, 6 de febrero de 2020

"¡Que el hombre te ignore!" (libros de 2020, 2/x)

Entre las películas menos recordadas estos días del finado José Luis Cuerda, está su adaptación de la novela de Wenceslao Fernández Flores El Bosque Animado. El tono un tanto simplón tanto de esta película (la vi hace mucho, no sé si sigue valiendo mi opinión) como de los fragmentos que conocía de la obra por haber aparecido en la típica lectura de inicio de tema del libro de Lengua no me habían predispuesto muy favorablemente hacia este mi segundo libro-regalo de Reyes (en edición de ANAYA - Selección Tus Libros, 10ª ed., 2019; llena de farragosas aclaraciones de vocabulario). Y tal vez por eso, mi sorpresa ha sido aún mayor y más grata. Pues me he encontrado con un libro que, sobre todo lo demás, captura y describe magistralmente y con mucha poesía (sin caer en afectación) el paisaje y los seres de las regiones agrosilvopastorales gallegas de hace un siglo. La obra, para el que no la conozca, recoge pinceladas de la vida, milagros y miserias de multitud de personajes (humanos o no) que moran en una comarca agrícola cercana a la ciudad de A Coruña, pero interior, no costera. Las historias de los diferentes protagonistas se van entrecruzando en los numerosos capítulos del libro, aunque sin llegar a construir un único argumento.
Es un libro escrito claramente por un urbanita, pero amante de la naturaleza y de la belleza del campo (cualidad esta que escasea mucho más entre los labriegos, como bien refleja -y sabe justificar y disculpar- el autor más de una vez). Un libro lleno de observaciones someras, pero muy agudas, sobre la vida y el comportamiento de animales y plantas, y que retrata también lo mejor y lo peor del campesino y de la época en que se sitúa: la mezquindad y el mirar antes por uno que por el vecino que no ocultan sin embargo posos profundos de buen corazón y deseos audaces. La pobreza sobrevenida con cualquier año de malas cosechas, accidentes o enfermedades, capaz de hundir en el fango a una familia... Es un libro que, aunque escrito en castellano, exuda Galicia a raudales. Es un libro que no me importará releer.

martes, 4 de febrero de 2020

Plumas desde Gotland (libros de 2020, 1/x)

 Estoy en una fase de mucha pereza escritora, así que para desbloquearme (que me vendrá bien de cara al TFM...), y aunque tengo pendiente comentar alguna salida al campo que otra (nada muy espectacular), he decidido empezar a comentar los libros que vaya leyendo este año; que como además el Cercanías me da espacio para leer espero que sean más que de costumbre. El primero es uno de los dos que me trajeron los Reyes (y el segundo ya casi lo he terminado...): Aves que veo en invierno, de Lars Jonsson (Ed. Errata naturae, 2019).

 El autor es un ornitólogo y pintor (de aves) que vive tan contento en una granja reconvertida en vivienda al sur de Gotland City, la gran isla sueca varada en medio del Báltico. Allí plasma con sus pinceles las aves que ve desde su ventana y durante sus paseos, de sol a sol, en una especie de remedo sin olor a heces de la Dra. Joan Bushwell. Pero como "de sol a sol", en Suecia en invierno, deja muchas horas libres, también escribe libros. Suya es la que fue la mejor guía del Paleártico occidental hasta que llegó la Mullarney-Svensson, y a mayores también ha publicado varias obras con sus acuarelas. Una de ellas me cayó como regalo de tesis, y otra es la que ahora nos ocupa.

Aves que veo en invierno es un libro un tanto difícil de clasificar. Cada capítulo está dedicado a una especie, a las especies en general más comunes en invierno en Suecia; pero ni tan siquiera eso, pues "porque sí", literalmente, el autor no cubre ninguna especie acuática, y sí recoge en cambio otras cuya presencia en Escandinavia en invierno es testimonial, ya que suelen desplazarse a otras latitudes. Dentro de cada especie se alternan las que tienen apenas una ilustración (todas muy bonitas, la verdad) y un texto de una página que describe someramente su plumaje y aspectos de su ecología invernal, con las que claramente encandilan al autor (córvidos y fringílidos, por ejemplo) y le llevan a explayarse durante páginas y más páginas profusamente ilustradas, en las que comenta desde anécdotas personales entretenidas con estas especies hasta detalles curiosos de su biología, pasando por cambios temporales en su estatus en Suecia o minuciosidades a veces un tanto aburridas sobre sus patrones de muda. Pero en general son textos de lectura agradable. Y podría serlo más, si no fuese porque encuentro que el libro está bastante mal traducido y/o editado, pues abundan las frases que no terminan de tener sentido, no sé si por ser traducciones literales de modismos suecos o por falta de revisión pre-imprenta. Aunque es un libro que he disfrutado, y reseñado queda.

lunes, 6 de enero de 2020

CIUG (Salnés, 2 de 2)

Seguimos con la crónica del 30 de diciembre, ya a nivel del mar. Hay gente que cuando sale al campo busca paisajes agrestes: montañas, cortados, acantilados... nieves, desiertos, selvas infinitas... cosas así. Yo reconozco que me siento mucho más a gusto entre paisajes moderados y amables; supongo que va con mi forma de ser. Y el Salnés de colinas suaves, de mosaicos de árboles*, viñedos y fincas que mueren a orillas de un mar tranquilo de playas amplias; es de mis lugares favoritos del mundo.

 También porque aquí eché muchos ratos en ese periodo infantil en el que cristalicé como naturalista. Al estudiar en Ourense en Salesianos, a Cambados (esta es la torre de San Sadurniño, a la que el terremoto "de Lisboa" dio el golpe de gracia), donde también hay colegio, vinimos varias veces de convivencias; y las playas nos quedaban a apenas un paseo.

Y me puse, bastante melancólico, a recordar las lecciones autodidactas de hace muchos años. A nada que uno se fije, en Galicia la zonación costera (cómo se ordenan los seres vivos entre las líneas de marea alta y marea baja según resistan mejor o peor la desecación) resulta de lo más evidente; y también resulta evidente cómo cambia entre las costas expuestas y las recogidas como esta, donde bajo las capas iniciales de Pelvetia canaliculata y Fucus spiralis que también aparecen en las rocas del exterior de la ría se encuentra una más extensa de Ascophyllum nodosum que aparece allá vacía de algas.

Al vaivén de las mareas se acercan también las aves, a ver qué pillan. En Galicia que yo sepa no cría la garceta común Egretta garzetta (de hecho no hay colonias como las que hay en otras zonas de España de ninguna garza), pero es una especie frecuente en invierno, sobre todo en zonas costeras abrigadas.

Gaviota patiamarilla Larus michahellis nacida en 2019
 Y en invierno, en Madrid, las gaviotas me ayudan a mantener la conexión mental con la costa; motivo más que suficiente para manifestarles el amor incondicional que tantos les niegan.

Siguiendo con las mareas, prácticamente toda la orilla de la ría de Arousa al sur de Cambados forma parte del Complejo Intermareal Umia - O Grove (CIUG, en la jerga naturalista gallega), una zona protegida-pero-no de amplias llanuras mareales donde se agrup(ab)an en invierno y durante los pasos gran cantidad de aves acuáticas migratorias. En el área de la imagen, la ensenada de O Bao, la cara interna de la barra que une O Grove al continente (la externa es la conocida playa de A Lanzada), realicé mis pinitos juveniles como identificador de limícolas. Y también sentí por vez primera la incomprensión, cuando al ir paseando por la carretera que la bordea, prismáticos en ristre, desde un coche que pasó con las ventanas abiertas comenzaron a gritarme "¡LOCOOO! ¡LOCOOOO....!"

Desde uno de los pocos y maltrechos (pero aún funcionales) observatorios, una instantánea donde dominan los patos: silbones, rabudos y cercetas junto a la orilla, y cucharas a media distancia; al fondo un nutrido grupo de espátulas y varias garzas reales, y en primera línea un desenfocado archibebe claro.

Las limícolas en todo caso, más que los patos, son las que dominan en este espacio, y desde otro observatorio eran varias las agujas colinegras y chorlitos dorados que se dejaron fotografiar (más un chorlitejo grande de espaldas a la cámara). Os enlazo una lista de las aves observadas y el recuento de las mismas de uno que fue el día anterior, con más tiempo, medios y paciencia que nosotros como para contarlo "todo".

Y cierro ya la entrada con una vista del extremo oeste de la playa de Montalvo a la luz menguante de la tarde, donde paramos por capricho mío. Buena parte de la responsabilidad de lo que me gusta y de lo que sé del mar se lo debo a que tuviésemos a lo largo de toda mi infancia un apartamento de veraneo en esta playa, al que veníamos mucho menos de lo que me gustaría. Regresando ya a Pontevedra por las carreteras tantas veces recorridas antaño, me fui dando cuenta de lo mucho que se había seguido construyendo, y de lo irremisiblemente feo que era casi todo. Supongo que siempre había sido así, pero de aquellas no era consciente... En fin. Como le decía un día a JaviP, "Galicia puede ser muy fea, pero..."

* Donde dice "árboles" sabéis que se refiere a "eucaliptos", pero tampoco hay que estar echando siempre sal en la herida...

domingo, 5 de enero de 2020

Ruta da pedra e da auga (e das especies invasoras) (Salnés, 1 de 2)

 Voy a intentar recuperar algo el hábito de reseñar mis salidas de campo en el blog ahora que tengo algo de tiempo. "Sé" que no le interesan a nadie: que hay por ahí páginas con mejores descripciones de las rutas y con mejores fotos; pero me he dado cuenta este año de que las necesito para ayudarme a hacer memoria, porque solo con remirar las fotos en el ordenador no me llega. Así pues, y empezando por el final, van algunas cuantas estampas de mi último paseo con Raúl.

 Como el barquito estaba en dique seco, al acercarme a Pontevedra el penúltimo día de 2019 subimos algo hacia el norte para recorrer algunos tramos de la Ruta da Pedra e da Auga, un sendero que atraviesa los concellos de Ribadumia y Meis y que hiciera famoso nuestro anterior presidente ("otros vendrán..." etc). Serpentean por la zona innumerables regatos, y se encuentra uno a cada paso que da con un antiguo molino.

 Muchos molinos, por todas partes, que con cara de enfado unos y de bobos otros se beben inertes el agua que antaño les hacía funcionar las tripas, que les llega por distintos canales, cada uno adaptado a la forma del riachuelo en ese lugar.

 Y un tipo de construcción que yo no había visto nunca: lavaderos "a pie de río", por ponerles algún nombre. No sé si se aprecia el diseño en la imagen: en vez de estar el lavadero construido aparte aprovechando un manantial o una conducción que venga del río (lo que más he visto en Galicia), o construido al borde del agua, en esta zona están "excavados", de forma que a quien los use el agua les llegue por la cintura estando de pie, sin agacharse. Me parece que ya hay que tener pericia para ejecutar un diseño así, sin que el río se lo lleve y sin que se filtre (demasiada) agua a los pies.

 Y el detallito, porque a lo kitsch del bloque de hormigón y la uralita se le añadía aquí el esculpido ex profeso en granito: en un recodo de la ruta se encuentra la aldea labrega, una especie de recreación en piedra de varios elementos de la cultura popular (capilla, hórreo, molino -como si no sobrasen en la ruta-...) y sus protagonistas que me dio demasiada pereza fotografiar con detalle; además de que estaba todo bastante impracticable, por lo embarrado y el agua corriendo por el suelo.

 Acabo con la nota negativa (cómo no): me llevé la desagradable sorpresa de comprobar lo extendidas que estaban dos especies invasoras a las que no estoy demasiado acostumbrado, porque prosperan mejor en estas zonas costeras de clima suave y lluvioso que en el interior más de extremos donde vivo. Una eran las matas densísimas de bambú (creo que Phyllostachys aurea) que crecían a la vera de muchos de los canales...

... y otra los mantos de amor de hombre Tradescantia fluminensis que tapizaban los lugares más sombríos. Esta especie me gustaba de pequeño por lo bien que agarraba, lo que la hacía muy agradecida de plantar en una maceta: el menor fragmento en un vaso o tiesto enseguida echaba raíces y empezaba a extenderse. Y vaya que si se extiende...

Siguiendo el curso de los ríos que van a dar en la mar, del interior del Salnés pasamos a la costa, para seguir viendo cosas tras llenar la panza bien y barato. Pero eso ya lo dejo para la entrada siguiente...

miércoles, 1 de enero de 2020

Balance listero de 2019

 ¡Feliz 2020! ¡Feliz cambio de década, de decena, de decimal o de lo que os dé la gana!

Al lío: no os negaré que parte de los motivos a favor de mi decisión de retomar el blog, tras el hiato de varios meses, fue el de tener algún lugar donde dejar constancia para el Antón del futuro de cuál había sido el primer pájaro del año. En 2020 han sido mis queridas currucas capirotadas Sylvia atricapilla, que pese al trajín frente a casa de las obras de la nueva estación del AVE siguen aquerenciadas en los aligustres que quedan con fruto.

El otro propósito tradicional de mi primera entrada del año es el de repasar qué me he tachado que me haya llamado la atención a lo largo del anterior. Para esto la falta de blog sí ha supuesto un contratiempo: ya no es solo que no tenga entradas antiguas donde ir a rememorar los meses transcurridos, sino que directamente muchas veces ni siquiera llevé al campo la cámara (ni he tomado nota en el cuaderno, claro); así de despreocupado/abandonado he llegado a estar. Con todo y con eso, del único bimbo de 2019 en la categoría reina (terópodos, evidentemente) sí tengo foto:

Muy mala, porque quedaba poca luz y la tía se movía a toda pastilla, pero me da igual: la agachadiza chica Lymnocryptes minimus es una de las especies míticas entre los pajareros ibéricos, no tanto por lo escasa (en invierno, que es cuando viene) como por lo discreta, al nivel de las polluelas. Que un ejemplar decidiese pasar el invierno pasado en el Manzanares en pleno centro de Madrid fue un regalazo que muchos corrimos a aprovechar, y el 31 de enero, junto con Raquel, me eché al zurrón el único pájaro nuevo de 2019. Este año ¡son dos! a falta de una; seguro que me bajo pronto a hacer una visita...

En lo que al campo respecta, Raquel este año me ha salvado la vida, las cosas como son, pues con el fin de tesis y mudanza a América de por medio a Álex y a Andrea los he visto mucho menos de lo que hubiera querido. Con Raquel me he movido en 2019 de un lado a otro, aunque con una marcada tendencia hacia el norte. Y hacia el norte queda por ejemplo Asturias, donde hemos estado dos veces: un día en Picos hace nada, en el puente de la Inmaculada, y otro viaje más largo a Somiedo el del 1 de mayo.

 Y de Somiedo en mayo es este tritón alpino Mesotriton alpestris, uno de los anfibios "comunes" que me faltaban, y que consecuentemente me hizo mucha ilusión, más aún por poder verlo cerca y bien sin necesidad de sacarlo del agua y molestarlo, que es una cosa en la que intento corregirme y hacer cada vez menos (y así también disimulo que, las más de las veces que intento capturar un bicho, este se me escapa por lo torpe que soy).

"Tú no vienes aquí a por tritones..." Yo de Somiedo me hubiese vuelto bien contento con el tritón, pero para alegría de mis dos acompañantes triunfamos también con el que era el objetivo del viaje; aunque a mí los osos pardos Ursus arctos no me hiciesen tanta ilusión como al común de los mortales, y menos aún viéndolos a 2 Km en línea recta (clavados, lo miré en Google Earth). Pero ea, quedan los tres grandes carnívoros vistos; una cosa menos en la que perder el tiempo en el campo, que ¡será por la de herpetos y flores que quedan por ver!

Una "flor", por llamarlo así, fue el cuarto bimbo que me hizo sonreír en 2019: el arceutobio o muérdago del enebro Arceuthobium oxycedri, que vi con Raquel un día de primavera en que (sin cámara...) subí con ella a "tacharme" La Pedriza; que ya tenía delito, tras 13 años viviendo en Madrid. También fueron cayendo otros lugares de renombre y muy ligados a la figura de Félix, como las Merindades, las hoces de Riaza o las del río Dulce; lugares de los que sí tengo fotos, pero sobre los que por falta de tiempo (no), pereza y falta de motivación no he ido escribiendo entradas; tampoco de Somiedo, ni del viaje de diciembre a Asturias y Cantabria, ni de... Bueno, algún día tal vez, tal vez con mejores ánimos. De momento a ver si le arrancamos a 2020 un alzacola rojizo y una culebra de cogulla, y con eso me conformo...