viernes, 1 de enero de 2021

Balance listero de 2020... y algo de lo que no es lista

 Aún medio adormilado, caí en la cuenta del día que era y de que tenía que estar atento a ver cuál era la primera especie de 2021 ya a punto de salir a la calle para ir a Misa, cuando ya había subido todas las persianas sin haberme parado a mirar lo que sea que pudiese haber fuera. Como sea que no fui capaz de distinguir si algo que sonaba a lo lejos era un colirrojo o un tendedero oxidado, el primer pajarete del año fueron, como en 2019, las gaviotas patiamarillas que volaban recortadas contra el cielo gris; seguidas muy de cerca por unas lavanderas blancas que se enseñoreaban de las aceras casi vacías...

2020, ¿eh? ¡Qué año, en todos los sentidos y acepciones! Como quiera que no me acerqué a principios de diciembre a Daganzo para ver el primer estornino rosado de Madrid, que se lo puso muy fácil a la gente aquerenciado como estuvo durante días en un caqui, creía que este año por primera vez en mucho tiempo no tenía nada nuevo que rememorar hoy, ningún vertebrado, nada reseñable... hasta que caí en la cuenta ayer revisando fotos de que a finales de febrero había visto en Madrid Río mi segunda polluela pintoja Porzana porzana; mi primera para España, que es lo que ahora nos interesa. Hela aquí:

La foto es pichí pichá (para variar), pero no paraba quieta y era casi de noche, así que bastante es. Fin del repaso a la lista de 2020, vamos con el resto:

Al revisar fotos recordé también que a primeros de año había escrito una crónica de mi primer viaje: la tradicional visita navideña a Raúl, que este año etc etc covid etc etc. En ella decía, jejeje, que a ver si retomaba la costumbre de escribir en el blog tras salir al campo, siquiera como ayuda para la memoria... Bueno, sorpresa sorpresa: no lo hice; este año el blog ha bebido de reseñar los libros que iba leyendo, y al menos eso sí lo he cumplido. Tampoco es que saliese mucho al campo, claro, covid etc etc, pero algo sí, y ya antes de que nos confinaran. Había ido por ejemplo con Raquel al puente de La Marmota, fui con los del máster un fin de semana a La Pedriza, y el 8M que tanto daría que hablar me acerqué con Sonia, a la que hacía mucho que no veía, a una laguna que también hacía mucho que no veía: la del Soto de Las Juntas.

Un bonito mar amarillo de jaramagos anunciaba una primavera ya inminente. Y apenas una semana más tarde, entré en casa para no salir en tres meses... pero más de eso luego.

Del momento de empezar a salir con mucha prudencia me quedo con el bonito recuerdo de los cuatro gordos pollos de garza real Ardea cinerea a los que pude fotografiar poco antes de que abandonasen el nido, en la isleta de la fuente inactiva del lago de la Casa de Campo; primera vez que esta especie anidaba en la ciudad, otro de los muchos espacios recolonizados por la naturaleza a lo largo del confinamiento. Estábamos ya a las puertas del verano, y en verano subí dos veces a Galicia. En la primera me fui una semana con mi hermana Alicia a las playas:

Desembocadura del Xallas junto al monte Pindo

Monte y laguna de Louro

"Las", en plural, porque lo que hicimos fue dormir en Santiago e ir desde allí cada día a un sitio diferente. Lo disfruté mucho: tanto visitando lugares a los que siempre había tenido ganas de ir, como revisitando otros, la propia Santiago incluida. Volví a Madrid a entre otras cosas sacarme el Advanced, y un mes más tarde subí otras dos semanas, ya para estar con mi madre en la aldea.


Yacimiento de Aquis Querquennis

Vino JaviP un día de visita y nos escapamos Limia abajo, primero a caminar algo por el monte y luego a bañarnos en el embalse de As Conchas, mi único chapuzón del año. Volví después a Madrid, y se acabó el campo porque volvió el confinamiento...

... pero no uno impuesto por el gobierno, sino por mi cabeza. Hice referencia arriba, casi de pasada, al máster de profesorado que estaba haciendo, cosa que igual ni recordabais ya. A lo largo del mismo, clases y prácticas, me fui reforzando en mi atávica convicción de que yo en realidad no quería hacer eso, que no quería ser profesor de secundaria. Durante los meses confinado tuve tiempo de sobra de hacer pelear esta convicción con la de que "pues macho, abandonada la ciencia, o curras de esto u otro trabajo mejor no vas a encontrar ni lo vas a saber hacer, y ya tienes una edad, y no tienes nada..." etc etc. Se me fue haciendo todo bola, y cuando ¿por fin? en septiembre, con un máster aprobado con toda la desgana del mundo, tuve ocasión de empezar de verdad a currar en un colegio (en tres fue, en realidad), la cabeza no dio más de sí. Yo ya venía tocado de la tesis, y muy sobrecargado luego de los años posteriores de no-postdoc (si de aquellas leíais el blog, a mí al releerme el deterioro de ánimos conforme avanzan los meses se me hace evidente) y de los de postdoc en el extranjero posteriores que "curiosamente" no arreglaron los problemas de antes, sino que los agravaron. El cambio de rumbo de 2018 no me sentó nada bien (aunque no me arrepiento del mismo, ojo, son cosas distintas), y ya este año todas las rarezas asociadas al confinamiento, más esto de no-ser profe, terminaron de fulminarme.

Bueno, otra cosa que "me tacho" este año: ir a terapia. Con ayuda de mi psicóloga, que es un sol, y con el amor y compañía (más virtual que presencial, qué se le va a hacer) de mis amigos de siempre y de mucha gente encantadora que he ido conociendo por Twitter e Instagram; espero ir tirando hacia arriba a lo largo de este año recién estrenado. A ver si, como tarde, me contesto en 2022 qué tal ha ido...