domingo, 1 de enero de 2023

2022 dio para mucho (para mucho angustiarse)

(Comencé a escribir esta entrada ayer 31 por la noche, y se me vino encima la hora de cenar... dado que hay en este blog borradores a medio escribir desde hace más de un año tampoco nos vamos a quejar)

Ya casi ni me acuerdo de que este blog existe, y sin embargo me alegro de que lo haga: hoy me come la angustia y no he conseguido que se me pase dando un paseo (además se ha puesto a diluviar otra vez; apenas sí estamos viendo el sol en Ourense estas vacaciones). Leí algún día de estos en alguna red, creo que en Twitter, una reflexión que me gustó, pero que no soy capaz de encontrar ahora (le doy "me gusta" a tantas cosas que no es precisamente un filtro): venía a decir que la Navidad (nos) disgusta a tantos porque la hemos transformado en una performance de "la familia feliz"; en un momento en que en cierto modo la sociedad nos impone representar, tanto en la calle como en casa, que es lo malo, una obra de teatro colectiva con actos bastante definidos y con actores siempre sonrientes. Y claro, como familias sin conflictos muchas no debe de haber, normal que a medio mundo, por mil circunstancias, esto les chirríe. En mi caso no hay nada nuevo, aunque no soy consciente ahora de hasta qué punto o cuántas veces lo he puesto aquí en negro sobre blanco en las distintas etapas de este blog: sin tener en casa grandes dramones familiares, o al menos ya no, el caso es que nos aguantamos regular tirando a mal. Hay un ambiente perenne de crítica y de negatividad, de o no hablar o hablarse a gritos, que viene de lejos y que no creo que tengamos mucha cintura ya para cambiar; por más que, de todas maneras, nos queramos. Y si ya un fin de semana en que coincidimos varios nos cuesta no discutir, en momentos de "convivencia forzosa", como en Navidad, pues para qué quieres más: los gritos son el aliño de cualquier plato, y que alguien se termine levantando y marchando a mitad de alguna de las comidas a ninguno nos sorprende, por más que nos apene. De ahí que saber que se vienen varios días de contacto familiar obligatorio me ponga de los nervios ya desde tiempo antes; por no hablar de que ya de normal echar un día entero aquí en casa (y son muchos seguidos, ahora) es algo que me drena mucho la energía.

Este año, además, viene con novedades, o pérdidas. No lo mencioné aquí, porque ya no cuento aquí nunca nada, pero el 10 de febrero murió mi tía Cesárea, de la que he hablado en este blog muchísimo menos de lo que hubiera merecido: hermana mayor de mi padre (muy mayor, 20 años le sacaba), soltera y sin llegar a tener oficio formal como tal, más que el ya de por sí interminable de ocuparse de la casa y de mil otras labores anejas, y de cuidar de sus padres y de hacernos de niñera a todos. Mi tía me (nos) llevó y me trajo al colegio, al parque y en general por toda la ciudad, me contó mil cuentos e historias de su vida (muy interesantes, por pillarla ya la guerra siendo una adolescente espabilada, y ubicadas por distintas regiones de España y del mundo, por ser mi familia paterna de tradición ferroviaria y emigración forzada); y en general se desvivió por mí mucho más de lo que yo, tras llegar a mi "adultez" universitaria, me preocupé nunca por ella. Esa carencia ya no tiene más remedio. Mi tía enfermó de morirse hace más de diez años, mas no murió. Pero sí pasó de valerse sola a no valerse, y a que mi padre y mi hermana mayor se ocupasen de ella, de forma tanto más absorbente cuanto menos se podía valer y menos en su cabeza estaba, hasta pasar sus últimos (largos) años en un estado de hilillo vital en que lo mismo duraba x años más que hubiera podido morir en cualquier momento. Los últimos años, las comidas "forzosas" de Navidad trajeron la complicación añadida (Dios me perdone por decirlo así) de cuadrar con los horarios de las necesidades de mi tía; hace justo un año de hecho comimos las doce uvas no como cierre a la noche, sino como aperitivo, pues mi tía se puso fatal y tuvimos festival de ambulancia y demás hasta pasadas las once (y no murió, que le quedaron varias semanas). En fin. Este año ya mi tía ha pasado de no poder acompañarnos por no salir de su piso a poder hacerlo en espíritu. Y cierto es que su falta ha aliviado bastante las tensiones familiares que derivaban de su cuidado (aunque no todas, y ha dado pie a otras nuevas; esa es ya otra historia), pero yo me quedo igual con esa congoja de que hablaba antes. De no haber sabido o podido o querido compensar lo mucho que me dio. Al menos pido aquí perdón.

Mi tía pasó más de diez años dependiente, y fueron unos años que se iniciaron apenas meses después de que enterrásemos a mis dos abuelos maternos, que habían estado en casa, también necesitados de cuidados, los seis años anteriores: más de quince años de cuidados que no solo han sido origen de muchas broncas familiares, sino que han dejado a mis padres bastante más gastados de lo que deberían estar, incluso aunque ya no sean jóvenes. Otra angustia, muy gorda esta: ¿cuánto nos quedará en casa hasta que toque ocuparse de alguno de ellos, y vengan otros años de desgaste y bronca con mis hermanos? Es una pregunta ante la que hago la del avestruz y me desentiendo, pensando en que "como somos cuatro, y yo el pequeño", ya lo decidirán otros; una manera muy conveniente y egoísta de afrontar los problemas, sí señor. Aborrezco ser así.

Me duele además acordarme ahora de mi tía porque, hace apenas unos días, cuando me preguntaron en una de estas interacciones con los seguidores de las stories de Instagram (¡qué rápido se desvanecen esas cosas, y cuánto pesan en cambio estas entradas escritas "para durar"! Igual por eso ya no lo hago...) qué balance hacía de 2022, me puse a pensar en que no me había tachado nada, y en lo gordo y solo que me veía, entre otras muchas desgracias y problemas del que no tiene en realidad de qué quejarse (como para cambiar estoy yo ahora, cuando ya he decidido autoidentificarme con un Charles Ryder de mercadillo y mi personalidad se basa en ser "homeless, childless, middle-aged and loveless"); y no me acordé de mi tía. Y bueno, pues ahora sí me acuerdo.

Sí me acuerdo, además, porque al morírsenos hoy Benedicto XVI he notado también de otra manera la ausencia de los mayores, la orfandad. San Juan Pablo era genial, pero "no tenía mérito quererlo" porque ya era el Papa, no hay tu tía. Pero Benedicto me pilló ya mayor, en tercero de carrera, con algo más de raciocinio, y el agradecimiento al Espíritu Santo por el nuevo papa era ya una voluntad de la mente, no solo un estado natural del alma. Tras irlo viendo a lo largo de mi "juventud adulta" (?) como mano derecha del papa, el que tenía "cara de malo" y se comía todo el odio que no se llevaba Juan Pablo II, pero siempre eficiente, siempre dándole al coco, verlo como su sucesor fue a la vez lo más esperable y la mejor sorpresa. Y tras casi ocho años de magisterio (JMJ en Madrid incluida), de Magisterio etimológico y con mayúsculas (sus tres encíclicas son una gozada, a falta de un verbo más culto), la sorpresa cuando renunció fue enorme, la verdad, rayana en la decepción. Pero con los años pasé del bueno, él sabrá al bueno, el sabe: al convencimiento de que ese cerebro, siempre funcionando, tenía muy claro dónde servir mejor al Señor. Y también con los años, cuanto más me he ido dejando en lo religioso, que es mucho, más me he ido olvidando de todo, y de todo lo que representaba para mí... más he ido valorando también que estuviese ahí: un cerebro obrando en lo escondido. Un "twicht upon the thread" que ayer dio una sacudida que todavía me duele... A ver si el dolor me espabila algo.

(Y tras una cena donde se dijeron muchas tonterías y donde no estuve nada fino con mi madre, idiota de mí; y tras una noche y una mañana de un diluvio que aún sigue, nos plantamos en hoy, uno de enero)

Me quejo y me quejo... pero si me vieseis desde fuera igual pensaríais que no debería quejarme tanto. Una de las entradas no publicadas de este blog (en borrador desde hace más de un año; ahora la borro) de hecho anunciaba grandes novedades positivas: mis progresos tras volver a trabajar en marzo de 2021 y que me había mudado de piso (dejé de vivir con mi hermano en Moncloa para mudarme con unos amigos a un piso en Herrera Oria). La entrada a medio escribir era mucho más larga, pero ya está más que caducada, y queda suficientemente resumida ya. A lo largo de 2022 en el piso hemos cambiado de integrantes, pero sigue siendo "mi casa" y estoy la mar de a gusto, y en el trabajo cambié el contrato que tenía por otro que me da algo más de estabilidad. Así que en ambos aspectos estoy mejor que hace un par de años, y mi salud mental también.

Este año he intentado salir bastante al campo: ninguna salida fuera de lo común, mucho entorno de Madrid y zonas ya conocidas; pero muy disfrutadas. En el Duratón en primavera me taché el único bimbo que merece tal nombre del año, la lagartija cenicienta centropeninsular (Psammodromus hispanicus s. str.), y además visité por vez primera Las Arribes del Duero (me encantaron) y Valencia como turista (allí me taché la exótica aratinga de Guayaquil Psittacara erythrogenys, establecida en la ciudad).

Lagartija y aratinga, mis bimbos vertebrados de 2022

Salí al extranjero también: estuve en Heidelberg visitando a una amiga, muy bonito; y dos días en mi ciudad favorita, Roma, en un curso estúpido que me robó un tiempo que hubiera invertido mejor re-descubriéndola...

Y en el trabajo y fuera de él he conocido y fortalecido lazos con gente que me trata bien, me quiere y me ayuda. Y a quienes no les doy lo suficiente las gracias.

Nada, un montón de cositas de las que pronto me olvidaré por irlas comentando solo en Twitter o Instagram (muchas veces ni eso) y no dejar constancia de ellas por escrito aquí, donde duran más. Normal que luego piense que todo me va mal, si los malos recuerdos me embotan la cabeza y no tengo dónde ir a releer los buenos... Igual podría ponerme como propósito el retomar un poco la escritura por aquí. Sí, podría estar bien. Los propósitos naturalísticos siguen intactos desde 2021, me temo... mucha piedra que picar en 2023. A ver cómo se nos da =)

sábado, 23 de abril de 2022

La guerra de la gente corriente


Es un secreto a voces (a voces que solo yo oigo) que, si bien ya había abandonado antes la disciplina de escribir en el blog, el empeño por mantener este espacio activo murió cuando me metí en redes en 2019 y descubrí en Twitter e Instagram una forma más inmediata de llegar a más gente, y sobre todo de conseguir una retroalimentación mucho mayor. Sí; aunque a menudo me decía, y he dejado escrito en este blog (este o sus antecesores), que yo en realidad escribía "para mí", para registrar mis memorias, en cuanto he descubierto el gozo de escribir "para otros" me he dejado llevar por él. Me lamento, no creáis: cuando me coincide releer en el blog eventos de años pasados que no recordaba, siempre me pregunto cuántas cosas no recordaré ya de 2018 hacia acá... pero bueno, probablemente no sean instantes que fuesen a cambiar el curso de la Humanidad, si ni siquiera han parecido dejar una gran huella en mi vida.
Con todo, y al menos por no olvidarme de escribir, quise resucitar esta web, y encontré en hacer reseñas de los libros que iba leyendo el estímulo lo suficientemente regular y poco exigente como para obligarme a hacerlo... hasta que, ¡oh sorpresa!, también se me fueron las ganas de eso. No sin remordimientos, ojo; seguramente haya algún término en Psicología para cuando nos autoimponemos deberes simplemente porque queremos, sin que hagan falta para nada, y después sufrimos por no hacerlos, cuando muy bien podríamos pasar de ellos sin que le afecte eso a nadie... en fin.

El caso es que tras el último libro reseñado en este blog han caído otros varios, mejores o peores, y no ha quedado de ellos memoria en esta web; pero siendo hoy el Día del Libro sí he querido obligarme a reseñar los dos últimos que he leído: tienen mucho en común, aunque sean de estilos muy diferentes; y los dos me han gustado muchísimo, y a la vez me han conmovido y angustiado bastante. Los dos tratan sobre la 2ª Guerra Mundial, y los dos están escritos por mujeres:

El primero, Suite francesa, de Irène Némirovsky, es una novela sobre la caída de Francia ante el avance nazi y la posterior ocupación del país. Aunque ficción, es muy realista y viva, pues no en vano la autora la escribió prácticamente "al día", durante la propia guerra, novelando lo mismo que estaba viendo. Procedente de una familia judía ucraniana, burgueses acaudalados que se exiliaron en París tras la Revolución Rusa siendo ella aún adolescente, Irène destacó desde joven como novelista. Suite francesa iba a ser en principio una pentalogía (curioso me resulta que la autora pudiese planearla así cuando, como digo, la iba escribiendo a la par que la guerra tenía lugar, sin saber qué iba a pasar en el futuro), pero que quedó inconclusa tras la segunda parte porque Irène fue deportada y ejecutada en Auschwitz en 1942. La primera parte se sitúa en 1940, en los días previos a la toma de París, y narra la huida de la ciudad de varias familias y personas a los que irá siguiendo en capítulos intercalados, entrelazándose a veces sus historias. La segunda parte tiene lugar en 1941 en una pequeña ciudad de provincias donde se ha acantonado un batallón nazi, a cuyos soldados debe la gente acoger en sus casas; y relata diversas escenas de rechazo y colaboración con los ocupantes que finalizan cuando estos parten camino del recién creado frente ruso. Tras la muerte de su autora el manuscrito permaneció muchos años oculto en una maleta con recuerdos familiares que conservaron sus hijas (bautizadas y ocultadas en un internado religioso hasta el fin de la guerra), y no vio la luz hasta 2004.


El manuscrito anónimo de Una mujer en Berlín también estuvo oculto durante bastante tiempo antes de aparecer publicado. Es un diario: el de una mujer de treinta y pocos años que narra los eventos acaecidos en su piso, su comunidad de vecinos y su barrio entre abril y junio de 1945, desde justo antes a justo después de que el ejército soviético tomase Berlín y finalizase la guerra. Habla primero del miedo ante lo que pasará, de las bombas que caen cada vez más cerca del refugio y, por fin, del primer día en que llegan los rusos. De cómo se instalan estos por calles y casas y de cómo, poco a poco, hay una vuelta a una "nueva normalidad". Pero habla sobre todo de hambre y de violencia sexual, de las mezquindades y gestos de camaradería que la guerra hace que surjan entre la gente corriente, en un tono a la vez resentido y resignado (una especie de "todo es una mierda, pero la verdad supongo que nos lo merecemos"). No se publicó hasta diez años después, y en EE. UU., en inglés y varias otras lenguas, antes de publicarse el texto original en alemán. Está genialmente escrito, muy vivo, dramático y a la vez rebosante de humor cínico; se hace sorprendentemente moderno, muy "estilo Twitter".

En varios de mis libros preferidos aparece la guerra (incluida la IIGM) como telón de fondo, o directamente como escenario, pero al ir leyendo estos libros me daba cuenta de que me faltaba un punto de vista de importancia capital: el de los no combatientes; y, en particular, el de las mujeres. Mientras los hombres van a la guerra, las mujeres (y niños, ancianos, etc.)  quedan como "la verdadera civilización", el mundo normal. Un mundo que, en una sociedad occidental, "avanzada", de repente se ve sin lo que creía más básico: sin luz y sin agua, sin suministro de comidas, sin combustible, sin noticias... y ambos libros reflejan muy bien el terror de la "gente normal" al tener que enfrentarse de repente a un mundo que creían haber dejado atrás hace siglos: un mundo donde lo único que no está racionado es el sufrimiento. Pensaba al leer ambos libros que algo similar estarán experimentando ahora en Ucrania, y temblaba sobre todo al ver como una posibilidad ya no tan remota el que nos tocase vivir aquí lo mismo (con o sin guerra de por medio), entre noticias de pandemias, de encarecimiento de la vida y de escasez de productos. Temblando no tanto ante el fin del mundo como ante el fin del bienestar. Quiera Dios que no nos toque...

miércoles, 26 de enero de 2022

Icebergs de la Ciencia (libros de 2021, 15/x)

 


Antes de escribir esta entrada, me fui a releer y a disfrutar con los recuerdos de mi única, breve y gratísima visita a Londres, en la que, contra todo pronóstico, lo peor de todo lo que vi fue el Natural History Museum. Ya comenté de aquellas que lo que no me había gustado era lo que había podido ver del museo (en muy poco tiempo, además), y no "el museo" en sí. Me quedaron muchas salas por ver, claro, pero además los museos (todos, supongo, no solo los de ciencias naturales) son un poco como un iceberg: hay una parte que puede ver el común de los mortales, las colecciones musealizadas, y otra mucho mayor solo accesible para aquellos capaces de bucear en las aguas de la ciencia: las colecciones en sí, destinadas a durar eternamente; y también las secciones dedicadas a la investigación...

Pues de todo lo que uno no ve normalmente del NHM va este libro que disfruté mucho releyendo: en Dry Storeroom No. 1: The Secret Life of the Natural History Museum (de Richard Fortey, 2009, Vintage Books) el autor, un paleontólogo ya retirado que ha pasado décadas estudiando trilobites en el NHM (y que tiene otro libro titulado, ejem, Trilobite, con críticas muy positivas), ha tenido tiempo de sobra de recorrer todos los pasillos, sótanos y desvanes de un edificio del que el común de los mortales solo ve una pequeña parte (inmensa, por lo demás), y lleva de la mano al lector tanto por almacenes llenos de tesoros naturales como por los laboratorios donde se desentrañan sus secretos. Cada uno de los capítulos orbita más o menos en torno a secciones del museo: zoología, paleontología, botánica, geología... y dentro de los mismos el autor hace una semblanza histórica de cómo ha ido desarrollándose esa sección a lo largo del tiempo, cuenta cotilleos de los investigadores que conoció o que siguen en activo en las mismas, explica en qué áreas se investiga en esos campos a día de hoy, y ofrece algunas reflexiones personales sobre la ciencia o la preservación del medio ambiente.

Me lo he pasado pipa con este libro. El autor es lo suficientemente mayor como para recordar (o conocer a quienes lo vivieron de primera mano) multitud de momentos y anécdotas de lo más variado: científicos brillantes pero insoportables, otros directamente locos de remate, otros encantadores... líos de faldas y de fraudes científicos, historias de exploraciones pasadas y de grandes descubrimientos... una delicia de libro para cualquier cotilla; y ¿qué científico (oficial u oficioso) no lo es un poco?

PS. Añadiré que nuestro Museo Nacional de Ciencias Naturales estuvo de aniversario redondo en 2021, soplando 250 velitas. Se ha editado un libro sobre su historia al que habrá que echarle también un ojo...

domingo, 16 de enero de 2022

Hablemos de bisontes -no- (libros de 2021, 14/x)


¿Qué es rewilding?
¿Y tú me lo preguntas?
Rewilding, er....

"¿Qué es el rewilding?" debe de ser una de las cuestiones más de moda en Biología de la Conservación en los últimos años; y tenía muchas ganas de leer este libro (Rewilding Iberia, de Jordi Palau. Lynx Edicions, 2020), que me cayó por mi cumpleaños y del que tenía muy buenas referencias, para ver de una cómo lo resolvía y de otra cómo desarrollaba el tema de su subtítulo: "Explorando el potencial de la renaturalización en España". Y también tenía ganas, aunque menos, de obligarme otra vez a escribir, y de dar salida a los libros de 2021 cuya reseña tengo aún pendiente, para quitarme ese peso absurdamente autoimpuesto de encima. Así que vamos con ello...

El rewilding o renaturalización (lo siento, pero no tiene el mismo gancho traducido) no consiste (solo) en "soltar bisontes", que es casi lo que ha venido a entenderse por el término en España. Abreviando mucho la definición a la que este sesudo libro dedica muchas páginas (podrá uno coincidir más o menos con el autor, pero es una obra bien escrita y muy bien documentada, que tira de muchas referencias), podríamos decir que rewilding consiste en recuperar o mantener, en zonas extensas, los principales procesos ecológicos: básicamente y en nuestro ámbito geográfico, las especies clave de los gremios de herbívoros y carnívoros, el fuego, y el ciclo del agua. La zona de la que se parta no tiene necesariamente que estar bien preservada de inicio, y esta es tal vez la principal diferencia de planteamiento con el modelo típico de área protegida (que busca proteger zonas aún valiosas supervivientes de un pasado mejor, y procurar que se mantengan en ese estado conservado en el tiempo); pero sí debe ser lo suficientemente extensa y estar libre de presiones antrópicas que afecten directamente al medio (caza, agricultura o ganadería, limitaciones en los cursos de agua...) como para poder dejar la la naturaleza se las apañe sola. El autor ofrece la cifra guía de 50.000 Ha (500 Km2) como la superficie mínima donde poder dejar que carnívoros y herbívoros encuentren su equilibrio, o donde poder dejar que un fuego fortuito queme lo que tenga que quemar y se apague sin intervención humana. Dedica también mucho espacio a analizar qué podríamos entender como "natural" en la Península (incluyendo cuánto deberíamos remontarnos en el tiempo para considerar que "este es el ambiente que debería haber"), y realiza un primer análisis muy completo de qué zonas de España (actualmente protegidas o no) tendrían potencial como para ser renaturalizadas.

Jordi Palau tiene gran experiencia como gestor de áreas protegidas en Cataluña, y conoce de primera mano cómo se gestionan reservas donde, como en Sudáfrica, el planteamiento cercano al rewilding es el más habitual (muchas reservas allá son antiguas zonas de cultivo); se nota a lo largo del libro que sabe de lo que habla, esté uno más o menos de acuerdo con él.  El libro tiene un enfoque muy práctico y orientado hacia favorecer el mantenimiento de los ecosistemas por encima del de especies concretas (pero como medida de proteger muchas más especies que las que se benefician de los programas de conservación habituales: si los ecosistemas forestales ibéricos "siempre" han tenido "vacas y caballos" como herbívoros principales, pues necesitaremos ahora que haya "vacas y caballos", ya sean estas vacas razas rústicas actuales, recreaciones de los antiguos uros y/o bisontes (aunque no sean el bisonte de Altamira, pero sí lo más parecido que tengamos; y ya hablemos de ponis asturcones o de konik que superficialmente parezcan tarpanes. Y me dejo en el tintero muchas cuestiones que toca el libro y que son muy pertinentes, como pueden ser el análisis de iniciativas similares en otras regiones o ver cómo encaja el rewilding en el tejido económico y social de un país. De hecho buena parte del libro se estructura en torno a dos preguntas que van a la raíz del asunto: en el contexto ibérico, ¿es posible el rewilding? Y si/allí donde la respuesta sea sí, ¿es pertinente?

A mí la verdad el libro me ha cautivado mucho, y viajando este otoño dos veces por el sistema Ibérico (el núcleo más duro de la "España vaciada" y, como tal, más susceptible de acoger -y de verse según el autor beneficiado por- iniciativas de este estilo) no hacía más que mirar por la ventana intentando "ver hacia el futuro" tauros, tarpanes, bisontes, osos, onagros y lobos. He soñado, sí, con un "Kruger ibérico" donde pagar por ver, no (pero sí) "vacas y caballos", sino ambientes re-naturales como los que vieron nuestros ancestros más remotos. Ojalá ser un Amancio de la vida para poner el dinero en la mesa y financiar estas iniciativas... entretanto le recomiendo a cualquiera con un interés mínimo en la conservación de la naturaleza que se lo lea; pues aunque no comulgue uno con el autor, desde luego encontrará muchos puntos de debate interesantes.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Los más popus de la Antigüedad (libros de 2021, 13/x)


No sé si debería contar este libro como "nuevo", ya que en realidad es solo otra pareja más de las cuarenta y ocho que conforman las Vidas Paralelas, de Plutarco, que ya aparecieron aquí como libro 10 de la serie de 2021 (también lo tenía en casa, como parte de una colección distinta de libros). Supongo que, como era tan grueso como el otro (aunque aquel incluía dos parejas), sí debería contarlo; o si acaso no contar ninguno de los dos... bueno, un debate tonto. Mejor despacho esta entrada, como ya despaché este libro allá por septiembre.

Lo principal que hay que saber sobre la obra en su conjunto lo conté ya en la entrada que enlazo; todo se aplica también a este. Que me gustó mucho, porque ¿a quién no le va a gustar un Imperio Romano del S. I (a. C.)? O un Imperio Macedónico, que para el caso lo mismo nos da. Alejandro y César son dos de los gobernantes más conocidos y recordados de la Antigüedad clásica, tanto por las generalidades de su vida (sus conquistas o su forma de gobernar) como por la miríada de anécdotas que se les atribuyen: los zascas de Diógenes el Tuitero o lo del nudo gordiano a uno, el vini, vidi, vinci o lo de "la mujer del César etc" del otro... Y fue leyendo todo esto en este libro que caí en la cuenta de que, bien seguro, si hoy recordamos los detalles de las vidas de ambos de forma tan minuciosa es precisamente por medio de esta misma obra, de las Vidas Paralelas. O al menos en el caso de Alejandro, que de César tenemos otros cronistas (incluyendo a César, o sea, a él*). Que vaya usted a saber si a Plutarco le dio por colárnosla en algún pasaje o en varios, cambiando así la idea que sobre determinadas personas han tenido los siglos venideros... en fin, tampoco sería nada nuevo. Y aunque así fuese, la verdad le agradezco que compilase todas estas historias. Me quedo con ganas de leer las 45 que me faltan...


* Sí, es un guiño, guiño.

domingo, 21 de noviembre de 2021

La filopatría del expatriado (libros de 2021, 12/x)


Llevo un poco de retraso con estas crónicas lectoras, y con mi vida en general; echémosle la culpa a la vuelta al cole (N. del E. empecé a escribir esta entrada en septiembre, ¡ay!; la "vuelta al cole", ciertamente, se me ha hecho larga y dura) y a ciertas novedades vitales que ya aparecerán por aquí... cuando despache una entrada sobre las novedades vitales anteriores a esas. Habrá que aprovechar la rara ocasión de tener una tarde de domingo ociosa y no depresiva por delante para ejercitarme un rato en la escritura...

Crónicas Coreanas (José Mª Contreras Espuny. 2016. Colección "Los viajeros" de la editorial Renacimiento) narra en primera persona las impresiones del autor sobre Corea del Sur, país al que se muda durante unos años como profesor de español recién casado y recién doctorado. Describe una sociedad de la que diremos que es muy diferente de la española, por no usar la apreciación subjetiva (pero seguramente cierta) de "rara". Careciendo yo de experiencia de primera mano sobre el tema, no me atrevo a decir si el retrato es acertado o no; pero si no lo es, desde luego casa con la idea de Corea que tenía yo tras leer y ver cosas de pasada sobre ese país. Estructurado en forma de capítulos cortos independientes entre sí, el libro cuenta tanto generalidades sobre la historia, la geografía, las costumbres o la política de Corea; como momentos concretos de la vida del autor.

El relato, por lo demás, ni es objetivo, ni pretende serlo: las comparaciones con la sociedad española son continuas, y los usos y costumbres coreanos suelen salir perdiendo, por más que no deje de entreverse un cariño muy grande por las gentes y el país que lo han acogido, y donde ha crecido personalmente. Me hice con el libro atraído por la extensa reseña que en su día leyera del mismo en el blog de Compostela, y lo leí dos veces: la primera recién llegado a Sudáfrica para comenzar mi segunda postdoc, y la segunda ahora, en que ya finiquitada mi carrera científica suelo dedicar las tristes tardes de domingo a meditar sobre si todo aquel trajín realmente mereció la pena. Me parece un libro que destila un poco de boina y bastante amargor por lo que se deja atrás, sí, pero que sin embargo me gusta mucho, porque me reconozco bastante en las experiencias y sobre todo en las emociones del autor: en la añoranza continua por una Ítaca que lejos de ser llana y fértil es áspera y seca, pero que es la tierra de uno, y en comparación con la cual hasta el edén de los feacios parece insuficiente. Imagino que a alguien de espíritu más aventurero y menos casero que el mío le podrá parecer un libro un tanto quejumbroso, pero es que así somos en general los gallegos emigrados, aunque hayan nacido en Osuna...

jueves, 15 de julio de 2021

"Un horror, un horror..." (libros de 2021, 11/x)


He aquí el tercero de los libros que me traje de casa de mis padres en la última visita. Y ¡oh, sorpresa!, este tampoco era lo que me esperaba: me apetecía volver a leer cosas sobre África, y (por las campanas escuchadas a saber dónde) creía que El corazón de las tinieblas (de Joseph Conrad) sería una historia de exploración y bajezas humanas en el corazón del continente. Y no lo es. O not quite... El libro se inicia a bordo de un barco en el puerto de Londres que aguarda a que baje la marea para zarpar Támesis abajo. Para entretener la espera, el capitán Marlow da la turra a los pasajeros con la historia de cuando, trabajando para una compañía comercial belga dedicada a saquear el Congo, recién abierto para Occidente, recibió el encargo de conducir un vapor río arriba para ir a buscar al único blanco al cargo de una estación comercial de marfil en el corazón de la selva, el enigmático Sr. Kurt, a quien todo el mundo parece tener por una persona de cualidades excepcionales y del que hace meses que no se sabe nada...

Pues bien, este argumento podría haber dado para una buena novela de aventuras. Más aún: puesto que el capitán Marlow es un trasunto del propio Conrad, que efectivamente trabajó como capitán de marina mercante muchos años, incluyendo el realizar una expedición como la descrita; el libro podría haber contenido tanto descripciones fidedignas del Congo y del proceso de colonización, contando con impresiones de primera mano, positivas o negativas, sobre este proceso. Pero todo eso queda sin embargo sepultado y apenas mencionado entre larguísimos soliloquios sobre el alma humana; en especial sobre cómo podrían afectar, incluso al mejor de los hombres, la falta de convenciones sociales y de un estado que imponga justicia. Sinceramente, este libro me ha aburrido muchísimo. Supongo que es por culpa del estilo, que me ha recordado bastante al de El retrato de Dorian Gray (otra "obra cumbre" que estuve deseando terminar casi desde el principio); más que por la temática. Que tampoco me interesa gran cosa, pero que al menos libros como El señor de las moscas tratan de una forma a mi entender mucho más viva... Nada. Este tipo de libros, para el que los disfrute. Que a mí no me ha merecido la pena ni por hacerle el check para poder fardar de culto.