lunes, 6 de enero de 2020

CIUG (Salnés, 2 de 2)

Seguimos con la crónica del 30 de diciembre, ya a nivel del mar. Hay gente que cuando sale al campo busca paisajes agrestes: montañas, cortados, acantilados... nieves, desiertos, selvas infinitas... cosas así. Yo reconozco que me siento mucho más a gusto entre paisajes moderados y amables; supongo que va con mi forma de ser. Y el Salnés de colinas suaves, de mosaicos de árboles*, viñedos y fincas que mueren a orillas de un mar tranquilo de playas amplias; es de mis lugares favoritos del mundo.

 También porque aquí eché muchos ratos en ese periodo infantil en el que cristalicé como naturalista. Al estudiar en Ourense en Salesianos, a Cambados (esta es la torre de San Sadurniño, a la que el terremoto "de Lisboa" dio el golpe de gracia), donde también hay colegio, vinimos varias veces de convivencias; y las playas nos quedaban a apenas un paseo.

Y me puse, bastante melancólico, a recordar las lecciones autodidactas de hace muchos años. A nada que uno se fije, en Galicia la zonación costera (cómo se ordenan los seres vivos entre las líneas de marea alta y marea baja según resistan mejor o peor la desecación) resulta de lo más evidente; y también resulta evidente cómo cambia entre las costas expuestas y las recogidas como esta, donde bajo las capas iniciales de Pelvetia canaliculata y Fucus spiralis que también aparecen en las rocas del exterior de la ría se encuentra una más extensa de Ascophyllum nodosum que aparece allá vacía de algas.

Al vaivén de las mareas se acercan también las aves, a ver qué pillan. En Galicia que yo sepa no cría la garceta común Egretta garzetta (de hecho no hay colonias como las que hay en otras zonas de España de ninguna garza), pero es una especie frecuente en invierno, sobre todo en zonas costeras abrigadas.

Gaviota patiamarilla Larus michahellis nacida en 2019
 Y en invierno, en Madrid, las gaviotas me ayudan a mantener la conexión mental con la costa; motivo más que suficiente para manifestarles el amor incondicional que tantos les niegan.

Siguiendo con las mareas, prácticamente toda la orilla de la ría de Arousa al sur de Cambados forma parte del Complejo Intermareal Umia - O Grove (CIUG, en la jerga naturalista gallega), una zona protegida-pero-no de amplias llanuras mareales donde se agrup(ab)an en invierno y durante los pasos gran cantidad de aves acuáticas migratorias. En el área de la imagen, la ensenada de O Bao, la cara interna de la barra que une O Grove al continente (la externa es la conocida playa de A Lanzada), realicé mis pinitos juveniles como identificador de limícolas. Y también sentí por vez primera la incomprensión, cuando al ir paseando por la carretera que la bordea, prismáticos en ristre, desde un coche que pasó con las ventanas abiertas comenzaron a gritarme "¡LOCOOO! ¡LOCOOOO....!"

Desde uno de los pocos y maltrechos (pero aún funcionales) observatorios, una instantánea donde dominan los patos: silbones, rabudos y cercetas junto a la orilla, y cucharas a media distancia; al fondo un nutrido grupo de espátulas y varias garzas reales, y en primera línea un desenfocado archibebe claro.

Las limícolas en todo caso, más que los patos, son las que dominan en este espacio, y desde otro observatorio eran varias las agujas colinegras y chorlitos dorados que se dejaron fotografiar (más un chorlitejo grande de espaldas a la cámara). Os enlazo una lista de las aves observadas y el recuento de las mismas de uno que fue el día anterior, con más tiempo, medios y paciencia que nosotros como para contarlo "todo".

Y cierro ya la entrada con una vista del extremo oeste de la playa de Montalvo a la luz menguante de la tarde, donde paramos por capricho mío. Buena parte de la responsabilidad de lo que me gusta y de lo que sé del mar se lo debo a que tuviésemos a lo largo de toda mi infancia un apartamento de veraneo en esta playa, al que veníamos mucho menos de lo que me gustaría. Regresando ya a Pontevedra por las carreteras tantas veces recorridas antaño, me fui dando cuenta de lo mucho que se había seguido construyendo, y de lo irremisiblemente feo que era casi todo. Supongo que siempre había sido así, pero de aquellas no era consciente... En fin. Como le decía un día a JaviP, "Galicia puede ser muy fea, pero..."

* Donde dice "árboles" sabéis que se refiere a "eucaliptos", pero tampoco hay que estar echando siempre sal en la herida...

domingo, 5 de enero de 2020

Ruta da pedra e da auga (e das especies invasoras) (Salnés, 1 de 2)

 Voy a intentar recuperar algo el hábito de reseñar mis salidas de campo en el blog ahora que tengo algo de tiempo. "Sé" que no le interesan a nadie: que hay por ahí páginas con mejores descripciones de las rutas y con mejores fotos; pero me he dado cuenta este año de que las necesito para ayudarme a hacer memoria, porque solo con remirar las fotos en el ordenador no me llega. Así pues, y empezando por el final, van algunas cuantas estampas de mi último paseo con Raúl.

 Como el barquito estaba en dique seco, al acercarme a Pontevedra el penúltimo día de 2019 subimos algo hacia el norte para recorrer algunos tramos de la Ruta da Pedra e da Auga, un sendero que atraviesa los concellos de Ribadumia y Meis y que hiciera famoso nuestro anterior presidente ("otros vendrán..." etc). Serpentean por la zona innumerables regatos, y se encuentra uno a cada paso que da con un antiguo molino.

 Muchos molinos, por todas partes, que con cara de enfado unos y de bobos otros se beben inertes el agua que antaño les hacía funcionar las tripas, que les llega por distintos canales, cada uno adaptado a la forma del riachuelo en ese lugar.

 Y un tipo de construcción que yo no había visto nunca: lavaderos "a pie de río", por ponerles algún nombre. No sé si se aprecia el diseño en la imagen: en vez de estar el lavadero construido aparte aprovechando un manantial o una conducción que venga del río (lo que más he visto en Galicia), o construido al borde del agua, en esta zona están "excavados", de forma que a quien los use el agua les llegue por la cintura estando de pie, sin agacharse. Me parece que ya hay que tener pericia para ejecutar un diseño así, sin que el río se lo lleve y sin que se filtre (demasiada) agua a los pies.

 Y el detallito, porque a lo kitsch del bloque de hormigón y la uralita se le añadía aquí el esculpido ex profeso en granito: en un recodo de la ruta se encuentra la aldea labrega, una especie de recreación en piedra de varios elementos de la cultura popular (capilla, hórreo, molino -como si no sobrasen en la ruta-...) y sus protagonistas que me dio demasiada pereza fotografiar con detalle; además de que estaba todo bastante impracticable, por lo embarrado y el agua corriendo por el suelo.

 Acabo con la nota negativa (cómo no): me llevé la desagradable sorpresa de comprobar lo extendidas que estaban dos especies invasoras a las que no estoy demasiado acostumbrado, porque prosperan mejor en estas zonas costeras de clima suave y lluvioso que en el interior más de extremos donde vivo. Una eran las matas densísimas de bambú (creo que Phyllostachys aurea) que crecían a la vera de muchos de los canales...

... y otra los mantos de amor de hombre Tradescantia fluminensis que tapizaban los lugares más sombríos. Esta especie me gustaba de pequeño por lo bien que agarraba, lo que la hacía muy agradecida de plantar en una maceta: el menor fragmento en un vaso o tiesto enseguida echaba raíces y empezaba a extenderse. Y vaya que si se extiende...

Siguiendo el curso de los ríos que van a dar en la mar, del interior del Salnés pasamos a la costa, para seguir viendo cosas tras llenar la panza bien y barato. Pero eso ya lo dejo para la entrada siguiente...

miércoles, 1 de enero de 2020

Balance listero de 2019

 ¡Feliz 2020! ¡Feliz cambio de década, de decena, de decimal o de lo que os dé la gana!

Al lío: no os negaré que parte de los motivos a favor de mi decisión de retomar el blog, tras el hiato de varios meses, fue el de tener algún lugar donde dejar constancia para el Antón del futuro de cuál había sido el primer pájaro del año. En 2020 han sido mis queridas currucas capirotadas Sylvia atricapilla, que pese al trajín frente a casa de las obras de la nueva estación del AVE siguen aquerenciadas en los aligustres que quedan con fruto.

El otro propósito tradicional de mi primera entrada del año es el de repasar qué me he tachado que me haya llamado la atención a lo largo del anterior. Para esto la falta de blog sí ha supuesto un contratiempo: ya no es solo que no tenga entradas antiguas donde ir a rememorar los meses transcurridos, sino que directamente muchas veces ni siquiera llevé al campo la cámara (ni he tomado nota en el cuaderno, claro); así de despreocupado/abandonado he llegado a estar. Con todo y con eso, del único bimbo de 2019 en la categoría reina (terópodos, evidentemente) sí tengo foto:

Muy mala, porque quedaba poca luz y la tía se movía a toda pastilla, pero me da igual: la agachadiza chica Lymnocryptes minimus es una de las especies míticas entre los pajareros ibéricos, no tanto por lo escasa (en invierno, que es cuando viene) como por lo discreta, al nivel de las polluelas. Que un ejemplar decidiese pasar el invierno pasado en el Manzanares en pleno centro de Madrid fue un regalazo que muchos corrimos a aprovechar, y el 31 de enero, junto con Raquel, me eché al zurrón el único pájaro nuevo de 2019. Este año ¡son dos! a falta de una; seguro que me bajo pronto a hacer una visita...

En lo que al campo respecta, Raquel este año me ha salvado la vida, las cosas como son, pues con el fin de tesis y mudanza a América de por medio a Álex y a Andrea los he visto mucho menos de lo que hubiera querido. Con Raquel me he movido en 2019 de un lado a otro, aunque con una marcada tendencia hacia el norte. Y hacia el norte queda por ejemplo Asturias, donde hemos estado dos veces: un día en Picos hace nada, en el puente de la Inmaculada, y otro viaje más largo a Somiedo el del 1 de mayo.

 Y de Somiedo en mayo es este tritón alpino Mesotriton alpestris, uno de los anfibios "comunes" que me faltaban, y que consecuentemente me hizo mucha ilusión, más aún por poder verlo cerca y bien sin necesidad de sacarlo del agua y molestarlo, que es una cosa en la que intento corregirme y hacer cada vez menos (y así también disimulo que, las más de las veces que intento capturar un bicho, este se me escapa por lo torpe que soy).

"Tú no vienes aquí a por tritones..." Yo de Somiedo me hubiese vuelto bien contento con el tritón, pero para alegría de mis dos acompañantes triunfamos también con el que era el objetivo del viaje; aunque a mí los osos pardos Ursus arctos no me hiciesen tanta ilusión como al común de los mortales, y menos aún viéndolos a 2 Km en línea recta (clavados, lo miré en Google Earth). Pero ea, quedan los tres grandes carnívoros vistos; una cosa menos en la que perder el tiempo en el campo, que ¡será por la de herpetos y flores que quedan por ver!

Una "flor", por llamarlo así, fue el cuarto bimbo que me hizo sonreír en 2019: el arceutobio o muérdago del enebro Arceuthobium oxycedri, que vi con Raquel un día de primavera en que (sin cámara...) subí con ella a "tacharme" La Pedriza; que ya tenía delito, tras 13 años viviendo en Madrid. También fueron cayendo otros lugares de renombre y muy ligados a la figura de Félix, como las Merindades, las hoces de Riaza o las del río Dulce; lugares de los que sí tengo fotos, pero sobre los que por falta de tiempo (no), pereza y falta de motivación no he ido escribiendo entradas; tampoco de Somiedo, ni del viaje de diciembre a Asturias y Cantabria, ni de... Bueno, algún día tal vez, tal vez con mejores ánimos. De momento a ver si le arrancamos a 2020 un alzacola rojizo y una culebra de cogulla, y con eso me conformo...