domingo, 5 de enero de 2020

Ruta da pedra e da auga (e das especies invasoras) (Salnés, 1 de 2)

 Voy a intentar recuperar algo el hábito de reseñar mis salidas de campo en el blog ahora que tengo algo de tiempo. "Sé" que no le interesan a nadie: que hay por ahí páginas con mejores descripciones de las rutas y con mejores fotos; pero me he dado cuenta este año de que las necesito para ayudarme a hacer memoria, porque solo con remirar las fotos en el ordenador no me llega. Así pues, y empezando por el final, van algunas cuantas estampas de mi último paseo con Raúl.

 Como el barquito estaba en dique seco, al acercarme a Pontevedra el penúltimo día de 2019 subimos algo hacia el norte para recorrer algunos tramos de la Ruta da Pedra e da Auga, un sendero que atraviesa los concellos de Ribadumia y Meis y que hiciera famoso nuestro anterior presidente ("otros vendrán..." etc). Serpentean por la zona innumerables regatos, y se encuentra uno a cada paso que da con un antiguo molino.

 Muchos molinos, por todas partes, que con cara de enfado unos y de bobos otros se beben inertes el agua que antaño les hacía funcionar las tripas, que les llega por distintos canales, cada uno adaptado a la forma del riachuelo en ese lugar.

 Y un tipo de construcción que yo no había visto nunca: lavaderos "a pie de río", por ponerles algún nombre. No sé si se aprecia el diseño en la imagen: en vez de estar el lavadero construido aparte aprovechando un manantial o una conducción que venga del río (lo que más he visto en Galicia), o construido al borde del agua, en esta zona están "excavados", de forma que a quien los use el agua les llegue por la cintura estando de pie, sin agacharse. Me parece que ya hay que tener pericia para ejecutar un diseño así, sin que el río se lo lleve y sin que se filtre (demasiada) agua a los pies.

 Y el detallito, porque a lo kitsch del bloque de hormigón y la uralita se le añadía aquí el esculpido ex profeso en granito: en un recodo de la ruta se encuentra la aldea labrega, una especie de recreación en piedra de varios elementos de la cultura popular (capilla, hórreo, molino -como si no sobrasen en la ruta-...) y sus protagonistas que me dio demasiada pereza fotografiar con detalle; además de que estaba todo bastante impracticable, por lo embarrado y el agua corriendo por el suelo.

 Acabo con la nota negativa (cómo no): me llevé la desagradable sorpresa de comprobar lo extendidas que estaban dos especies invasoras a las que no estoy demasiado acostumbrado, porque prosperan mejor en estas zonas costeras de clima suave y lluvioso que en el interior más de extremos donde vivo. Una eran las matas densísimas de bambú (creo que Phyllostachys aurea) que crecían a la vera de muchos de los canales...

... y otra los mantos de amor de hombre Tradescantia fluminensis que tapizaban los lugares más sombríos. Esta especie me gustaba de pequeño por lo bien que agarraba, lo que la hacía muy agradecida de plantar en una maceta: el menor fragmento en un vaso o tiesto enseguida echaba raíces y empezaba a extenderse. Y vaya que si se extiende...

Siguiendo el curso de los ríos que van a dar en la mar, del interior del Salnés pasamos a la costa, para seguir viendo cosas tras llenar la panza bien y barato. Pero eso ya lo dejo para la entrada siguiente...

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