¡Cuánto me ha gustado este libro, y qué simple, y a la vez difícil, se me antoja explicar de qué va! Seguramente lo más sencillo sea empezar explicando quién fue y qué hizo su autor: Nikolái I. Vavílov. Vavílov (1887-1943), agrónomo ru-so-viético, fue ante todo un científico enormemente perspicaz y con gran capacidad de trabajo. En una época en que la Humanidad bullía de nuevo con vigor juvenil, época de revoluciones políticas, grandes avances científicos y técnicos, y ansias occidentales por terminar de explorar y colonizar el mundo; Vavílov, contagiado de ese espíritu de querer lograr grandes hazañas, abrazó una causa noble: descubrir, catalogar y entender la diversidad de plantas cultivadas para hacer posible que en cada región se pudieran cultivar las mejores variedades, optimizando así el rendimiento de cultivos de alimentos e industriales. De forma muy inteligente, Vavílov supo incorporar a la agronomía los conocimientos de la genética moderna, (que empezaba a desarrollarse por aquella época) para entender el fundamento biológico tras la selección de caracteres por parte de los agricultores que había dado lugar a la diversidad existente de plantas cultivadas, y que permitiría seguir desarrollando nuevas variedades. Vavílov, internacionalmente reconocido como gran investigador y buena persona, políglota y de vasta cultura, viajó por todo el mundo identificando y recogiendo muestras de plantas cultivadas que estudiar de vuelta en Rusia; aunque puso mayor empeño en el estudio de los cereales, se dedicó en realidad a todo tipo de cultivos. Fruto de esos viajes fue su herencia científica más notable, la descripción de los centros de origen de las plantas cultivadas: regiones donde ciertas especies se domesticaron por vez primera y donde cabe hallar mayor diversidad de formas cultivadas, y donde es conveniente buscar y rescatar variedades de cultivos adaptadas a condiciones especiales que emplear en otras regiones del mundo. Sus estudios permitieron también describir el mimetismo vaviloviano: proceso de selección "natural-humana" por el que algunas especies silvestres se van asemejando a los cultivos entre los que crecen.
Vavílov sufrió las consecuencias de ser el tipo de persona equivocado para el tiempo y el régimen en que vivió. Idealista y apasionado de la ciencia y de su trabajo por encima de todo lo demás, sus ansias de viajar y de relacionarse con científicos de todas partes se vieron primero fuertemente limitadas a medida que el nuevo régimen soviético iba despertando recelos por el mundo, y fueron en último término la causa de su fin: en medio del estalinismo más paranoico previo a y contemporáneo con la IIGM, sus viajes y contactos con personas de países enemigos fueron vistos cada vez con más recelo. Paralelamente, uno de sus antiguos colaboradores desarrolló una pseudociencia agrícola que, mezclando lamarckismo (más fácil de entender de aquellas que la selección darwiniana) con ideas marxistas, prometió al régimen avances y resultados mayores que los que Vavílov y sus ciencias "burguesas" estaban ofreciendo. La dolorosa consecuencia fue que tanto él como buena parte de los trabajadores de su equipo fueron purgados, y sus proyectos desmantelados. Vavílov murió encarcelado, prácticamente de hambre, en medio de la guerra.
Cinco continentes es su propia crónica de sus viajes por, literalmente, cinco continentes (considerando como dos América del Norte y del Sur, y obviando Oceanía, donde apenas sí se han domesticado cultivos) a la búsqueda de plantas cultivadas, principalmente cereales; en un periodo que abarca desde viajes por un Cáucaso en plena IGM en 1916, en una Rusia todavía zarista, hasta su participación en el VI Congreso Mundial de Genética en Nueva York en 1932. El manuscrito como tal, dictado a una taquígrafa, no llegó a ser publicado, y fue ocultado por esta durante la caída en desgracia de Vavílov. Vio posteriormente la luz en 1962 por vez primera, tras la rehabilitación de Vavílov como héroe de la ciencia soviética, pero se conservaba ya apenas la mitad del mismo. Esto explica el trato aparentemente desigual dado en el texto a las regiones visitadas, que detalla mucho los viajes por algunas regiones y apenas menciona otras igualmente interesantes. La narración resulta sin embargo muy interesante: ciertas secciones, como los viajes en los años 20 por Asia central, son prácticamente relatos de aventuras; y en todo caso se hace muy ameno ver a través de los ojos de un personaje tan peculiar el mundo de entreguerras. Se nota perfectamente cómo algunas regiones le resultan especialmente cautivadoras: Japón, por ejemplo, o sus primeras visitas a una selva tropical, en Brasil; y barriendo un poco para casa, su viaje por España en 1927, en el que se le ve encantado con Madrid y los científicos que le reciben, ilusionado al recorrer los paisajes cervantinos (se nota que conoce y disfrutó con las andanzas de Don Quijote), y emocionado por ejemplo al descubrir en las montañas de los Ancares y de Asturias variedades de avena y trigo desconocidas u olvidadas en el resto del mundo.
La edición que acabo de terminar de leer (en traducción de Maila Lema y Marta Sánchez-Nieves para Libros del Jata, 2015) incluye las partes que se conservan del manuscrito original y varios añadidos curiosos. Por una parte un prólogo de una científica rusa poniendo en contexto la vida y obra de Vavílov, y un epílogo a cargo de su hijo explicando la condena y posterior rehabilitación del trabajo de su padre. A mayores incluye tres anexos: una colección de fotografías originales de los viajes del científico, un texto sobre la genética de las distintas especies y variedades de trigos cultivados (un tema tan interesante como complejo; este anexo se queda bastante justo), y una amplia relación de breves biografías de los científicos y otras personalidades mencionados en el texto; a mayores de abundantes notas al texto original. Un libro con una temática tal vez un tanto particular, pero con el que he disfrutado mucho, la verdad.
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