(Comencé a escribir esta entrada ayer 31 por la noche, y se me vino encima la hora de cenar... dado que hay en este blog borradores a medio escribir desde hace más de un año tampoco nos vamos a quejar)
Ya casi ni me acuerdo de que este blog existe, y sin embargo me alegro de que lo haga: hoy me come la angustia y no he conseguido que se me pase dando un paseo (además se ha puesto a diluviar otra vez; apenas sí estamos viendo el sol en Ourense estas vacaciones). Leí algún día de estos en alguna red, creo que en Twitter, una reflexión que me gustó, pero que no soy capaz de encontrar ahora (le doy "me gusta" a tantas cosas que no es precisamente un filtro): venía a decir que la Navidad (nos) disgusta a tantos porque la hemos transformado en una performance de "la familia feliz"; en un momento en que en cierto modo la sociedad nos impone representar, tanto en la calle como en casa, que es lo malo, una obra de teatro colectiva con actos bastante definidos y con actores siempre sonrientes. Y claro, como familias sin conflictos muchas no debe de haber, normal que a medio mundo, por mil circunstancias, esto les chirríe. En mi caso no hay nada nuevo, aunque no soy consciente ahora de hasta qué punto o cuántas veces lo he puesto aquí en negro sobre blanco en las distintas etapas de este blog: sin tener en casa grandes dramones familiares, o al menos ya no, el caso es que nos aguantamos regular tirando a mal. Hay un ambiente perenne de crítica y de negatividad, de o no hablar o hablarse a gritos, que viene de lejos y que no creo que tengamos mucha cintura ya para cambiar; por más que, de todas maneras, nos queramos. Y si ya un fin de semana en que coincidimos varios nos cuesta no discutir, en momentos de "convivencia forzosa", como en Navidad, pues para qué quieres más: los gritos son el aliño de cualquier plato, y que alguien se termine levantando y marchando a mitad de alguna de las comidas a ninguno nos sorprende, por más que nos apene. De ahí que saber que se vienen varios días de contacto familiar obligatorio me ponga de los nervios ya desde tiempo antes; por no hablar de que ya de normal echar un día entero aquí en casa (y son muchos seguidos, ahora) es algo que me drena mucho la energía.
Este año, además, viene con novedades, o pérdidas. No lo mencioné aquí, porque ya no cuento aquí nunca nada, pero el 10 de febrero murió mi tía Cesárea, de la que he hablado en este blog muchísimo menos de lo que hubiera merecido: hermana mayor de mi padre (muy mayor, 20 años le sacaba), soltera y sin llegar a tener oficio formal como tal, más que el ya de por sí interminable de ocuparse de la casa y de mil otras labores anejas, y de cuidar de sus padres y de hacernos de niñera a todos. Mi tía me (nos) llevó y me trajo al colegio, al parque y en general por toda la ciudad, me contó mil cuentos e historias de su vida (muy interesantes, por pillarla ya la guerra siendo una adolescente espabilada, y ubicadas por distintas regiones de España y del mundo, por ser mi familia paterna de tradición ferroviaria y emigración forzada); y en general se desvivió por mí mucho más de lo que yo, tras llegar a mi "adultez" universitaria, me preocupé nunca por ella. Esa carencia ya no tiene más remedio. Mi tía enfermó de morirse hace más de diez años, mas no murió. Pero sí pasó de valerse sola a no valerse, y a que mi padre y mi hermana mayor se ocupasen de ella, de forma tanto más absorbente cuanto menos se podía valer y menos en su cabeza estaba, hasta pasar sus últimos (largos) años en un estado de hilillo vital en que lo mismo duraba x años más que hubiera podido morir en cualquier momento. Los últimos años, las comidas "forzosas" de Navidad trajeron la complicación añadida (Dios me perdone por decirlo así) de cuadrar con los horarios de las necesidades de mi tía; hace justo un año de hecho comimos las doce uvas no como cierre a la noche, sino como aperitivo, pues mi tía se puso fatal y tuvimos festival de ambulancia y demás hasta pasadas las once (y no murió, que le quedaron varias semanas). En fin. Este año ya mi tía ha pasado de no poder acompañarnos por no salir de su piso a poder hacerlo en espíritu. Y cierto es que su falta ha aliviado bastante las tensiones familiares que derivaban de su cuidado (aunque no todas, y ha dado pie a otras nuevas; esa es ya otra historia), pero yo me quedo igual con esa congoja de que hablaba antes. De no haber sabido o podido o querido compensar lo mucho que me dio. Al menos pido aquí perdón.
Mi tía pasó más de diez años dependiente, y fueron unos años que se iniciaron apenas meses después de que enterrásemos a mis dos abuelos maternos, que habían estado en casa, también necesitados de cuidados, los seis años anteriores: más de quince años de cuidados que no solo han sido origen de muchas broncas familiares, sino que han dejado a mis padres bastante más gastados de lo que deberían estar, incluso aunque ya no sean jóvenes. Otra angustia, muy gorda esta: ¿cuánto nos quedará en casa hasta que toque ocuparse de alguno de ellos, y vengan otros años de desgaste y bronca con mis hermanos? Es una pregunta ante la que hago la del avestruz y me desentiendo, pensando en que "como somos cuatro, y yo el pequeño", ya lo decidirán otros; una manera muy conveniente y egoísta de afrontar los problemas, sí señor. Aborrezco ser así.
Me duele además acordarme ahora de mi tía porque, hace apenas unos días, cuando me preguntaron en una de estas interacciones con los seguidores de las stories de Instagram (¡qué rápido se desvanecen esas cosas, y cuánto pesan en cambio estas entradas escritas "para durar"! Igual por eso ya no lo hago...) qué balance hacía de 2022, me puse a pensar en que no me había tachado nada, y en lo gordo y solo que me veía, entre otras muchas desgracias y problemas del que no tiene en realidad de qué quejarse (como para cambiar estoy yo ahora, cuando ya he decidido autoidentificarme con un Charles Ryder de mercadillo y mi personalidad se basa en ser "homeless, childless, middle-aged and loveless"); y no me acordé de mi tía. Y bueno, pues ahora sí me acuerdo.
Sí me acuerdo, además, porque al morírsenos hoy Benedicto XVI he notado también de otra manera la ausencia de los mayores, la orfandad. San Juan Pablo era genial, pero "no tenía mérito quererlo" porque ya era el Papa, no hay tu tía. Pero Benedicto me pilló ya mayor, en tercero de carrera, con algo más de raciocinio, y el agradecimiento al Espíritu Santo por el nuevo papa era ya una voluntad de la mente, no solo un estado natural del alma. Tras irlo viendo a lo largo de mi "juventud adulta" (?) como mano derecha del papa, el que tenía "cara de malo" y se comía todo el odio que no se llevaba Juan Pablo II, pero siempre eficiente, siempre dándole al coco, verlo como su sucesor fue a la vez lo más esperable y la mejor sorpresa. Y tras casi ocho años de magisterio (JMJ en Madrid incluida), de Magisterio etimológico y con mayúsculas (sus tres encíclicas son una gozada, a falta de un verbo más culto), la sorpresa cuando renunció fue enorme, la verdad, rayana en la decepción. Pero con los años pasé del bueno, él sabrá al bueno, el sabe: al convencimiento de que ese cerebro, siempre funcionando, tenía muy claro dónde servir mejor al Señor. Y también con los años, cuanto más me he ido dejando en lo religioso, que es mucho, más me he ido olvidando de todo, y de todo lo que representaba para mí... más he ido valorando también que estuviese ahí: un cerebro obrando en lo escondido. Un "twicht upon the thread" que ayer dio una sacudida que todavía me duele... A ver si el dolor me espabila algo.
(Y tras una cena donde se dijeron muchas tonterías y donde no estuve nada fino con mi madre, idiota de mí; y tras una noche y una mañana de un diluvio que aún sigue, nos plantamos en hoy, uno de enero)
Me quejo y me quejo... pero si me vieseis desde fuera igual pensaríais que no debería quejarme tanto. Una de las entradas no publicadas de este blog (en borrador desde hace más de un año; ahora la borro) de hecho anunciaba grandes novedades positivas: mis progresos tras volver a trabajar en marzo de 2021 y que me había mudado de piso (dejé de vivir con mi hermano en Moncloa para mudarme con unos amigos a un piso en Herrera Oria). La entrada a medio escribir era mucho más larga, pero ya está más que caducada, y queda suficientemente resumida ya. A lo largo de 2022 en el piso hemos cambiado de integrantes, pero sigue siendo "mi casa" y estoy la mar de a gusto, y en el trabajo cambié el contrato que tenía por otro que me da algo más de estabilidad. Así que en ambos aspectos estoy mejor que hace un par de años, y mi salud mental también.
Este año he intentado salir bastante al campo: ninguna salida fuera de lo común, mucho entorno de Madrid y zonas ya conocidas; pero muy disfrutadas. En el Duratón en primavera me taché el único bimbo que merece tal nombre del año, la lagartija cenicienta centropeninsular (Psammodromus hispanicus s. str.), y además visité por vez primera Las Arribes del Duero (me encantaron) y Valencia como turista (allí me taché la exótica aratinga de Guayaquil Psittacara erythrogenys, establecida en la ciudad).
Lagartija y aratinga, mis bimbos vertebrados de 2022 |
Salí al extranjero también: estuve en Heidelberg visitando a una amiga, muy bonito; y dos días en mi ciudad favorita, Roma, en un curso estúpido que me robó un tiempo que hubiera invertido mejor re-descubriéndola...
Y en el trabajo y fuera de él he conocido y fortalecido lazos con gente que me trata bien, me quiere y me ayuda. Y a quienes no les doy lo suficiente las gracias.
Nada, un montón de cositas de las que pronto me olvidaré por irlas comentando solo en Twitter o Instagram (muchas veces ni eso) y no dejar constancia de ellas por escrito aquí, donde duran más. Normal que luego piense que todo me va mal, si los malos recuerdos me embotan la cabeza y no tengo dónde ir a releer los buenos... Igual podría ponerme como propósito el retomar un poco la escritura por aquí. Sí, podría estar bien. Los propósitos naturalísticos siguen intactos desde 2021, me temo... mucha piedra que picar en 2023. A ver cómo se nos da =)